viernes, 31 de mayo de 2013

Frágil municipalismo oaxaqueño

Es irónico.

El Estado con el mayor número de municipios a nivel nacional, 570 a la fecha, es al mismo tiempo el estado con menos políticas públicas municipalistas.

Por eso es importante destacar la añeja demanda de ordenar el desarrollo metropolitano en el Estado de Oaxaca y de manera especial, de su principal zona metropolitana--que es la ubicada alrededor de la ciudad de Oaxaca de Juárez---.

Como se sabe, en el federalismo mexicano, el orden de gobierno municipal sufre de un alto grado de paternalismo que limita su autonomía, principalmente financiera y que reduce su potencial de gobierno a una mera ventanilla de trámites del estado y la federación.

Históricamente se han obtenido logros determinantes en la configuración del municipalismo mexicano: su autonomía política, que le permite nombrar a sus propias autoridades municipales; su autonomía administrativa, por el que se pueden organizar conforme a sus características y necesidades y su creciente--y hoy limitada-- autonomía financiera.

Al menos son tres los problemas que limitan el ejercicio cabal de sus competencias:

1. La falta de un servicio civil de carrera en áreas técnicas. Por lo que no cuentan con profesionistas de planta que le den seguimiento a los servicios técnicos: auxiliares de tesorería, auxiliares de la sindicatura, auxiliares de la alcaldía y auxiliares de los servicios públicos municipales. Esta ausencia de leyes estatales de servicio civil de carrera municipal ha sido tergiversada con la falsa idea de la reeleción municipal, que atenta contra la tradición del espíritu democrático del municipio.

2. La falta de programas de desarrollo regional.- Honestamente desconozco la experiencia de los estados en esta materia. Al menos en el Estado de Oaxaca carecemos de instrumentos de planeación que permitan articular a las regiones y los municipios desde una perspectiva de integración regional para el desarrollo, y

3. La falta de ordenamiento urbano.- Con la sola experiencia empírica de visitar otros estados, creo que esta es una demanda añeja que tiene mucho camino andado en la academia y en programas de gobiernos federales.

La buena noticia para Oaxaca es que por fín, al menos en el discurso, se está llamando ahora la atención sobre este problema. Nunca es tarde para meter orden. Y es precisamente en la diputación local donde se convoca a la creación local del Instituto Metropolitano de Planeación.

Este instituto tendría como objeto contribuir al desarrollo metropolitano de los 22 municipios que conforman el área metropolitana de la Ciudad de Oaxaca de Juárez---según se anuncia, este municipio ya creó su propio Instituto Municipal y está empujando para la creación del Instituto Estatal---, lo cual no está nada mal.

Lo malo de estas propuestas es que con los cambios de autoridades cambian las prioridades y ya no tienen el mismo empuje inicial para su concreción y operación, no obstante que estén en la ley. El ejemplo más patético sucedió en Oaxaca con la desaparición del Instituto de Desarrollo Municipal, en el sexenio pasado, en un estado donde las necesidades de capacitación, orientación y asesoría de gestión son una gran demanda para la mayoría de los municipios, cuyos magros presupuestos y la ausencia de la cultura de la capacitación los vuelve más frágiles.

Esperemos que estas medidas no se pierdan y pronto podamos ver una gran concertación de esfuerzos para demostrar que sí se puede dejar de ser tan frágiles para el desarrollo.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Las tendencias centralistas del federalismo mexicano

Es evidente.

Como la presión del agua caliente que sale de un volcán anunciando una erupción, al menos los problemas de seguridad pública, corrupción, educación, pobreza y desarrollo desigual están empujando fuertemente una nueva realidad del federalismo mexicano: se hace cada vez más centralista.

Parece contradictorio.

La intervención de la federación para paliar los graves problemas nacionales tienen el riesgo de fortalecer su ámbito de acción en detrimento de las potestades de los estados y de los municipios.

Si bien es cierto que debe existir una armonía legal y funcional de competencias y estrategias de coordinación, concertación y complementariedad de recursos, programas y acciones, en los hechos quien sale fortalecido de estas tendencias es la federación.

En este proceso de detrimento del federalismo no se puede culpar a los municipios, porque en su mayor parte son el eslabón más frágil de la cadena.

La culpa, en todo caso, recae sobre las soberanías estatales que, por omisión o por comisión, no han sido capaces de contribuir al ejercicio responsable del poder público.

Así lo demuestra el crecimiento desmedido de la inseguridad en ciertas zonas de la República Mexicana.

En consecuencia, la Federación responde con la movilización del ejército y las propuestas de una gendarmería nacional--como existe en algunos países centralistas--.

Así lo muestran también los casos escandalosos de corrupción que son del dominio público en los estados por la poca discreción de los propios actores involucrados en esas ilícitas actividades y que generalmente se dan a conocer a través de la ciudadanía o la prensa y no precisamente por los otros poderes o los órganos de control y vigilancia de los propios poderes ejecutivos locales o nacionales.

De qué sirve que tengamos leyes de transparencia y acceso a la información pública, órganos más estrictos de control y supervisión de los recursos públicos y cámaras de diputados repletas de representantes populares de los más diversos partidos, si no son capaces de prevenir, evitar y castigar estos actos de corrupción que parecen increíbles, por las enormes cantidades de dinero que se puede robar del erario público.

La federación responde entonces con propuestas de intervenir con mayor rigor las finanzas estatales y municipales.

También se trata de una crisis de los partidos.

Es realmente exagerada la tolerancia y la impunidad que existe entre los partidos hacia sus miembros que, ocupando cargos políticos o administrativos, siguen como si nada, lo que los hace cómplices de estas anomalías.

Los problemas focalizados de la educación no son ajenos a la intervención del poder público. Los monstruos sindicales que pelean, manejan y defienden cuantiosos recursos públicos, con la existencia de auténticos ejércitos de aviadores, fueron fomentados en buena medida por los propios gobiernos locales y que, en la mayoría de los casos, perdieron el control de un monstruo al que alimentaban económicamente con la falsa idea de la gobernalidad y pasándose por el arco del triunfo la legalidad y el imperio de la ley.

En el aspecto de la pobreza es evidente también que los estados hacen pocos o nulos esfuerzos por enfrentarla seriamente. Se percibe una gran ausencia de la gestión y gobierno para el desarrollo. Claro, debe haber excepciones, pero la impresión es que la marginación le gana la carrera a los gabinetes de gobierno. Esto ha generado una relevante intervención del poder ejecutivo federal a través de programas como el que combate el hambre.

Los gobiernos locales dan muestras de mucha pereza y corrupción y al parecer la política y la democracia no abonan mucho para resolver esta crisis que sólo fortalece la intervención del poder central.

Acaso, la mayor incertidumbre no será si los gobiernos locales son capaces de coordinarse con el poder federal para defender y vigorizar su soberanía en el marco del federalismo; el mayor problema es que al ejercerse un mayor poder central, la propia federación se vuelve vulnerable ante amenazas más grandes.

No cabe duda que hay mucho trabajo por hacer.

martes, 28 de mayo de 2013

La tiranía del sistema

Es el sistema.

En mi vida personal y académica “El Sistema” ha tenido diversas definiciones y usos.

Así, en una primera parte, el sistema era un mecanismo de control político que sometía a las personas a la economía y política hegemónicas, sin ninguna posibilidad de rebelarse.

Era una idea más próxima a la división de la estructura y la superestructura del modo de producción capitalista.

Las personas que manifestaban cualquier inconformidad eran llamadas “antisistema” y ahí cabían desde profesores de avanzada, intelectuales criticones, políticos de izquierda y hasta alumnos que se atrevían a cuestionar los excesos de los maestros y directivos en las aulas.

Pero al sistema eran achacados todos los vicios, errores e irregularidades de la vida.

Luego, ya más formalmente, en la universidad tuvimos que abordar la Teoría de Sistemas, como una metodología de análisis ---aunque dominaba académicamente la Teoría Crítica de la escuela de Frankfurt---, el caso es que la vieja y popular idea del sistema recobró relevancia con la llegada de las computadoras.

Cuando estábamos concluyendo el periodo universitario se introdujeron en la universidad las salas de cómputo y la máquina mecánica de escribir se fue al desván. Incluso al final de la carrera llevamos una materia que se refería a las computadoras y que básicamente estaba enfocada a su uso, y el internet era una gran novedad que todavía no estaba accesible fuera de la academia.

Entonces todas las carreras que tenían que ver con la computadora se volvieron más destacadas y el término “sistema” se convirtió en una pesadilla, porque, palabras más palabras menos, “el sistema es un conjunto lógico matemático de operaciones secuenciales que no admiten discrecionalidad alguna”.

Digo que se volvió una pesadilla porque las computadoras invadieron toda la vida personal y social y la idea del sistema adquirió una dimensión mayor, especialmente por esa creencia científica de que el sistema no falla. (Ahora me acuerdo que en la elección del Presidente Salinas se cayó el sistema, el sistema informático, desde luego.)

Estos antecedentes del sistema son importantes porque hay trámites y procesos que están bajo la tiranía del sistema (el sistema informático). Antes podías plantear hipótesis descabelladas a una persona que se encargaba de tomar decisiones y comprensiblemente la decisión iba en ese sentido, como un caso especial.

Ahora, con la tiranía del sistema informático, no se admiten casos especiales: "¿Por qué no pago su abono mensual al banco?" -Es que un asaltante se llevó mi cartera. "Lástima, para el sistema usted es un cliente moroso." "¿Por qué no se inscribió a tiempo?" -Es que se le ponchó una llanta al autobús y perdimos tres horas más en el trayecto. "Lástima, ha quedado fuera porque el sistema tiene cortes de cierre muy precisos" y así hasta el infinito.

Nuevamente el sistema adquiere relevancia porque no admite las descabelladas hipótesis que suelen suceder en la vida diaria.
  
De ahí que quienes no estén durmiendo por crear una máquina que piense como humano, lo más probable es que terminen quitando a las máquinas y poniendo en su lugar a un humano.

Es decir, un humano sólo puede ser entendido por un humano, creo.

miércoles, 22 de mayo de 2013

La muerte de Mari


Es una crónica de la vida real.

Conocí a Miguel Ángel una vez que solicitamos un rotulista para pintar unos letreros en la fachada de la defensoría de oficio.

Era muy alto, más de unos 180 centímetros, musculoso, trigueño, de nariz aguileña, barbilla partida en dos, cabello crespo y con cejas y pestañas abundantes. Podría pasar como un actor o un galán.

A pesar de su presencia imponente, había algo que no cuadraba y que sólo se evidenciaba cuando él hablaba o se le notaba el antebrazo y las muñecas de las manos llenas de cicatrices de agujas de jeringas.

Nos lo recomendó un amigo que tiene vínculos con un Centro Religioso de Rehabilitación para personas con problemas de drogas y alcohol. “El es muy bueno para rotular y además cobra barato”, nos dijo.

Me llamó la atención la rudeza de su físico, contrastante con su convicción religiosa.

A sus 40 años, nos contó que la mitad de su vida la había llevado como alcohólico y drogadicto y ahora, en proceso de reforma, miraba la vida desde una perspectiva de fe en Dios, que se notaba reiteradamente en su lenguaje, pues con cualquier pretexto daba gracias a Dios por haberse regenerado.

Efectivamente, realizó un trabajo impecable de rótulos. Tenía talento. Me imaginé que gracias a su proceso de rehabilitación bien podría dirigir un taller.

No supe de él hasta pasados seis meses, en que bien vestido, pulcro, feliz, con su rostro inteligente y bien parecido me buscó en la oficina para solicitar trabajo para su compañera sentimental.

En sus sesiones de rehabilitación Miguel Ángel conoció a Mari, una joven mujer de 22 años, que habiendo sido una niña de la calle creció bajo el amparo del Centro Religioso de Rehabilitación y era madre soltera de dos mujercitas. Miguel Ángel vivía ya con Mari y ahora la traía porque le estaba buscando trabajo.

Mari me contó que hacía un par de años que una señora le prestó dinero para que se atendiera su segunda hija de una enfermedad. Como Mari no pudo pagar la deuda, por dedicarse a limpiar parabrisas en la glorieta de Viguera, en la capital de Oaxaca, la señora le quitó a la niña. El DIF le resolvió favorablemente su asunto, pero ella necesitaba un trabajo con prestaciones para poder atender a sus niñas.

Planteándole el asunto al director de la institución, éste apoyó para que ella fuera contratada para el servicio de intendencia. Pero ella jamás regresó a realizar su trámite de ingreso. Por terceros supimos que carecía de acta de nacimiento y que la desanimó el tipo de trabajo que se le había ofrecido.

Como ambos vivían por el rumbo, en varias ocasiones los vi abrazados, caminando por la calle. “Un final feliz”, pensé.

Sin embargo, un día, sin aviso previo, una sombra furtiva se introdujo a mi oficina.

Me sorprendió ver a aquel tosco sujeto con la barba crecida y el cabello largo en mechones tiesos de mugre. Un pantalón de mezclilla que algún tiempo fue azul y ahora negro por las plastas de suciedad sostenido por un pedazo de tela que hacía de cinturón.

Cuando entró aquel espanto a mi oficina, rodeado de un hedor insoportable, me puse en guardia. La verdad, casi grito.

Pero, reconocí el rostro de Miguel Ángel en ese andrajo humano y me quedé callado y apenado, pero en guardia.

En las manos de Miguel sobre las venas de sus puños se notaban grandes cicatrices de orificios con manchas de sangre, provocados por constantes pinchazos de jeringas de cocaína sobre sus venas; la mirada brillante, fija e inexpresiva con los ojos rojizos, le daban un aspecto de un muerto viviente.

De momento nos quedamos viendo uno al otro fijamente. Hasta que le dije su nombre con nerviosismo. “¡Miguel! ¿Cómo estás hombre, qué te has hecho?”

Y aquel fantasma jaló una silla y literalmente se echó sobre mi escritorio llorando y diciendo entre sollozos: “Se murió… se murió… la atropelló un camión en la glorieta”.

¿Quién se murió Miguel?, le pregunté, y con sollozos sinceros y dolorosos me contestó: “Mari, mi vieja. La atropelló un maldito camión cuando ella se resbaló de limpiarle el parabrisas y una llanta le aplastó la cabeza a la pobrecita, ¡Se murió! ¡Está muerta! Ayyyyyy!”

Me quedé petrificado en mi silla. Honestamente la crudeza e intensidad con que lo dijo y el sentimiento sincero con el que lloraba me afectaron y debo confesar que, sin darme cuenta, yo tenía de pronto un par de lágrimas en los ojos.

De pronto, la imagen de las hijas de Mari se me revelaba como un asunto de extrema urgencia. No podía concebir que Miguel Ángel, habiendo caído nuevamente en el vicio, estuviera en condiciones de vivir con las criaturas.

Le pregunté, ¿cómo te puedo ayudar, Miguel? Y él me contestó sollozando: “Ahorita sólo dame un poco de dinero, lo que sea, lo que tengas, lo necesito realmente”. Sin dudarlo le entregué algunos billetes de cien pesos. Apenas los vio salir de  mi cartera y me los arrebató con avidez y dándome las gracias se salió de la oficina rápidamente.

No me importó preguntarle nada más. Era evidente su convicción y con eso era suficiente. Tratándose del dolor humano, siempre son innecesarias las preguntas.

Pasaron algunos meses y regresó algún par de veces, cada vez más deteriorado, a pedirme dinero.

En una ocasión salí de comisión y regresando a la ciudad me detuvo el semáforo de la glorieta de Viguera. Me imaginé el terrible accidente que le destruyó la cabeza a Mari y estaba justamente en eso cuando una joven mujer que no dudé en identificar como Mari, la fallecida pareja de Miguel Ángel, se trepó al cofre de la camioneta, echándole agua de jabón al parabrisas con una botella de plástico. No cabía duda. Era Mari. Así que terriblemente asustado grité de terror. Me eché sobre las rodillas del copiloto que desconcertado gritaba “¿Qué le pasa, por Dios, dígame qué le pasa?” Mientras la muerta, se asomaba por la ventana. Volteé hacia ella y se trataba efectivamente de Mari.

Me puse a rezar un padre nuestro cuando Mari me reconoció y me dijo, “Licenciado, qué le pasa?” Entonces, eso que me pareció muy real me regresó a la normalidad, le contesté, “¿Mari? ¿Mari, la pareja de Miguel Ángel?” y ella asintió afirmativamente con sus enormes ojos de sorpresa.

-Discúlpeme Mari, pensé que estaba enferma y que… bueno, no esperaba encontrarla por aquí.

Entonces, entrecerrando los ojos me inquirió: “¿No me diga que también a usted le dijo Miguel Ángel que me atropellaron y que me morí?”

Moví la cabeza afirmativamente. Y luego ella aseveró, “Me separé de Miguel Ángel porque ya está loco. Está cada vez muy mal.”

Mi acompañante le extendió un billete de veinte pesos y bajándose de la camioneta se pasó al volante. Automáticamente me pasé del lado del copiloto. Ante la insistencia del ruido del claxon de los automóviles que teníamos atrás me despedí con un gesto del rostro y un saludo de mano.

Pensé silenciosamente “Maldita droga”.

lunes, 20 de mayo de 2013

La juventud y el sentido ético

Se trata de un mensaje a la juventud.

Por razones laborales he tenido la oportunidad de dirigirme hacia grupos de jóvenes y señoritas que han concluido sus estudios de bachillerato.

En diversas ceremonias de graduación se da la oportunidad de hablar de aquello que es estrictamente institucional, pero también, aprovechando el marco que representa un hito en la vida personal de los asistentes, de aquello que se debe tener presente.

Y es así como se les recuerda el sentido ético.

El sentido ético es un referente cotidiano en nuestra vida diaria.

Es la inspiración y obligación natural de hacer el bien. Es la virtud.

Como regla externa, no esperes a que nadie te persiga para que lo hagas. Sabes que procurar el bien es una actitud voluntaria y natural, sin fines políticos ni religiosos.

Como regla interna, el hacer el bien significa la satisfacción del deber cumplido. Tal vez nadie te lo reconozca, tal vez nadie se entere. Pero es precisamente la convicción de que has actuado con honestidad, con apego a la verdad, con solidaridad y generosidad, sin esperar nada a cambio.

Y que tus actos, de esta manera, han contribuido a la equidad, la justicia, la legalidad, la honestidad.

El sentido ético es un buen referente cuando tomas decisiones.

De eso se trata.

lunes, 13 de mayo de 2013

Desprecio por la ecología

Viajar por Oaxaca es conocer que hay poco aprecio por la ecología.

Por lo general se encuentran por las carreteras del Estado numerosos basureros improvisados a cielo abierto. Algunas playas son depósitos de aguas negras y en las partes bajas los ríos también son de aguas negras y se aprecia en sus riberas basura, basura y más basura.

En algunos distritos se perciben cerros deforestados. Tal vez desde hace cientos de años, pero hay algunos donde la deforestación es creciente. Los cauces de agua que alguna eran transparentes y constantes, hoy se reducen a arroyos secos.

Al rededor de las principales ciudades se ve como van creciendo nuevas casas habitación sobre terrenos que antes servían para cultivos.

El aprovechamiento del espacio es brutal. No hay lugar para sembrar árboles.

De la misma manera, a veces me da la impresión de que no hay control sobre los químicos que utilizan los campesinos en sus cosechas.

Incluso en lugares más urbanizados, se encuentran animales muertos en la vía pública.

Y la basura que se queda en el camino, por efecto del arrastre de los ríos y lluvias, por lo general son plásticos, desde bolsas chiquitas, hasta bolsas grandotas, plástico, plástico y más plástico....

jueves, 9 de mayo de 2013

Un día como cualquiera


El 14 de febrero siempre me había parecido una fecha ideal para sacar toda la hipocresía acumulada.

Sin embargo, cuando conocí a Flora, la estudiante de psicología de la Costa —más concretamente, cuando le ví las piernas---, sentí lo que es el amor a primera vista y consideré que el 14 de febrero debe ser algo así como el día propicio en que uno se debe enamorar.

Flora, mi vecina en esa pensión de estudiantes, nunca me había llamado la atención por tres razones: en primer lugar porque parecía una niñota con su abundante cabello largo y negro amarrado en una cola de caballo; en segundo lugar por su forma de vestir: siempre con sus enormes faldas negras de monja en penitencia perpetua. Pero el motivo principal que me alejaba de ella era su actitud huidiza, no sostenía la mirada ni por error.

La disposición de aquella vivienda de dos pisos era en forma de escuadra con un enorme y desaprovechado patio. Justo en la parte más pequeña de la estructura, donde hacían esquina la escuadra, quedaban dos habitaciones, una arriba y abajo otra junto a un baño compartido.

Una escalera metálica que terminaba justo antes de la puerta de mi habitación permitía ver a través de mi ventana quién sube y quién baja.

Cuando Flora, la estudiante de psicología, llegó a habitar el cuarto de arriba de la escuadra, encima de mi habitación, me pareció un respiro psicológico porque la mayoría de los vecinos eran hombres, estudiantes, fumadores, bebedores empedernidos, léperos y hasta un homosexual declarado, que hacían un ruido espantoso, pero cuando se percataron de la nueva vecina, se dedicaron a espiarla detrás de las ventanas, esperando el momento para verla pasar y lanzarse como lobos hambrientos persiguiendo su presa.

Sólo a mí no me importaba porque, como les digo, me parecía aburrida y también porque la veía más seguido y más cerca cuando subía a su cuarto, además de que casi siempre sabía lo que hacía a través de los ruidos que se dejaban escuchar por la delgada estructura de concreto del piso de arriba: el quitarse los zapatos, sus pies descalzos arrastrándose por la habitación, y el rechinar de su cama cuando se sentaba en su colchón o se acostaba.

Y lo mismo cuando se levantaba: el rechinar de la cama, el arrastre de las chanclas, el ruido al bajar la escalera, el ruido al subirla y todas las referencias propias del rito de vestirse para salir a sus actividades diarias.

Coincidía con Flora sólo dos veces al día, que era el tiempo en que yo permanecía en esa habitación, muy temprano, antes de salir y muy noche, antes de dormir.

La situación no se prestaba para la convivencia, de modo que ella se convirtió en un fantasma para mí. Sin embargo, algunas veces nos veíamos al coincidir en el uso del baño.


Todo hubiera seguido de esa manera, de no ser porque una noche de luna llena ella empezó a realizar algunos extraños sonidos sobre el piso de su cuarto, o sea, sobre el techo de mi habitación.

Al principio no le dí importancia. Luego, con el paso de los días, noté que los sonidos mantenían un ritmo y cierta secuencia.

Todas las noches cuando yo regresaba, escuchaba esos toques característicos en la habitación de arriba, como el lenguaje morse, que yo era incapaz de entender y que básicamente consistían en tres golpes “Toc-toc-toc”, silencio; otros tres golpes…silencio y así varias veces.

Como era el mismo patrón cada noche, en una ocasión que sostengo una escoba y con la punta del palo de madera golpeé el techo con tres golpes y para mi sorpresa, ella me contestó arrastrando el zapato en el piso, como quien dibuja una raya. Luego daba dos golpes y yo le contestaba con tres.

Aún cuando no cruzábamos palabra alguna, yo regresaba a mi habitación cada vez más intrigado para tratar de descifrar algún contenido en esos sonidos. Era ridículo y divertido.

De la curiosidad pasé al erotismo.

El hecho de estar solo en la noche, sabiendo que sobre mi habitación había una joven mujer solitaria, la única mujer de la vecindad, tratando de llamar mi atención a través de sonidos, también era tormentoso, porque no tenía el valor de buscarla abiertamente.

Cada noche era lo mismo, cuando yo llegaba a mi habitación, el ruido de la puerta y la luz encendida eran el preludio para que empezaran los golpes sobre el piso y ante el mudo e inexplicable lenguaje seguía el rechinar de la ruidosa cama de ella, en señal de que se acostaba a dormir.

Cuando la encontraba a la mañana siguiente, todo el encanto se esfumaba por su actitud seca, su larga falda de negro y su cabello largo amarrado en una cola de caballo.

Lo ganado en la noche lo perdía durante el día al convencerme de que con ella nada de nada. Incluso, aumentó el ruido en las noches y el rechinar de la cama, pero yo me desistí, y llegué a la conclusión de que con esa mujer definitivamente nada, ni siquiera los ruiditos en el techo. Simplemente, pensé, cuando una mujer no le gusta a uno, pues lo mejor es dejar las cosas como están y no darle pretextos ni hacerle caso.

Pasaron varios días y ella continuó con los golpes en el techo y el ruido de la cama, inútilmente porque yo ya no contestaba. Incluso, cuando me la encontraba yo la evadía. Se me hacía una pérdida de tiempo y la aceptación racional de que eso no tenía sentido.

Sin embargo, y contrario a su costumbre de los sonidos por la noche, en la madrugada del trece de febrero me despertó el rechinar de su cama. Hasta me pareció escuchar algunos gemidos y pensé que se estaba dando placer ella misma, con la evidente intención de despertarme. Me causó gracia y consideré eso como algo natural.

Las ganas por responderle y darle a entender que yo escuchaba todo eso, eran menores a mis deseos de dormir. No sé por qué motivo hay días en que de plano te da sueño y te duermes y esa madrugada era uno de esos días.

Ya me disponía a agarrar la escoba, pero más que responderle con tres golpecitos, yo quería dar uno bien fuerte para insinuarle que dejara dormir a esas horas de la madrugada. No bien empuñaba la escoba cuando escuché sus pasos por las escaleras. Me asomé por la ventana que daba justo debajo de la escalera que lleva a su habitación y me llevé una sorpresa que me dejó boquiabierto cuando la ví bajar al baño en un diminuto y ajustado short blanco y una playera también blanca y ajustada que evidenciaba la ausencia del sostén y muy cortita, muy arriba del ombligo, mientras su cabello negro y abundante le rodeaba los hombros con suavidad. El sueño se me escapó.

Fue amor a primera vista.

Respiré su esencia. Me embriagué de su juventud y belleza y sentí que toda ella era el amor de mi vida.

Esperé extasiado a que subiera y confirmé que efectivamente se trataba de ella. Tenía las piernas más hermosas que haya visto, una cintura diminuta y todo lo demás en su lugar… era una modelo perfecta.

Me dieron ganas de agarrar la escoba y retomar los golpecitos al techo para festejar, pero no me atreví porque iba a confirmar el interés repentino que había generado en mí, después de tantos desaires.

Esa mañana del trece de febrero ella no volvió a salir  y yo me quedé dormido.

Todo el día anduve contento y con cualquier pretexto hablaba del amor y me imaginaba verla en todas las mujeres que encontraba en mi camino. Me reprochaba el haber dejado pasar tanto tiempo. Pero estaba convencido de que nunca es tarde para el amor.

Con la seguridad de que no se trataba de un sueño, yo ya me había decidido a avanzar, así que conseguí un ramo de rosas rojas, una caja de chocolates y una  enorme mascota de peluche en la que amarré un enorme globo rojo en forma de corazón y una tarjeta en la que escribí unas cursilerías que decían algo así como “Para Flora: en el Día del Amor y la Amistad, porque he descubierto que tras el tenue velo de la vida existe la portentosa llama del amor que despierta e ilumina nuestros corazones a la manera del rayo que fertiliza de fuego y pasión nuestra frágil existencia. Con admiración y Respeto: Beto G.”

Al regresar con los regalos, traté de pasar desapercibido, pero fue inútil. Como siempre, los jovenzuelos, reunidos al atardecer en una sola habitación, escuchando música a todo volumen, fumando y tomando cerveza, se asomaban sin ningún pudor para ver quién entra y quién sale de esa vivienda.

Así que el más feo de todos, un gordo cacarizo que hacía de porro en la Universidad y al que llamaban el King Kong ironizó en voz alta, dirigiéndose al homosexual del grupo: “¡Órale,  Caramelo, ahí te hablan!” Luego, la cabeza chiquita del tal Caramelo se asomaba por la ventana y con su voz chillona contestó con toda naturalidad: “¡Pero, mira! ¡No lo puedo creer… va a recibir visita conyugal! Nada más que en vez de una muñeca inflable trae un oso que se parece a ti, pinche gordo King Kong. ¡Huuuy, qué goloso con el oso!” Y toda la bola de gañanes lo festejó con ruidosas y destempladas carcajadas.

No hice caso de esa bola de salvajes y me dirigí a mi habitación, deseando ansiosamente que oscureciera pronto para entablar la conversación en clave y dar el paso a mi nueva vida.

Todo me parecía maravilloso. Por fín había encontrado un motivo de interés en aquella vetusta vecindad y hasta la presencia de mis demás vecinos, los jóvenes desordenados, borrachos y ruidosos me pareció una actitud romántica frente a la vida.

Estoy convencido de que el amor es una poderosa máquina de iniciativa y creatividad. Mientras avanzaba lentamente la tormentosa espera del anochecer imaginé que tendríamos que vivir juntos en una sola habitación, por lo que sería necesario contar con un frigobar, una estufa eléctrica y adquirir una cafetera. Claro, tendría que cambiar mis hábitos, mandaríamos la ropa a la lavandería y aprovecharíamos el tiempo para ir al cine y de vez en cuando comer en algún restaurante y regresar tomados de la mano para hacer el amor de manera desenfrenada y alocada. Para eso precisamente había guardado mis energías durante tanto tiempo, ¡falta más!

Mientras llegaba la noche me recosté en la cama con la escoba en la mano, conteniéndome las ansias de iniciar la secreta conversación de los golpecitos. Al menor ruido me incorporaba para contestar, pero realmente sólo se trataba de mi imaginación y mi deseo de que ya sucedieran las cosas.

Después de  una terrible y larga espera por fín anocheció, pero no me atreví a tocar el techo y ella tampoco manifestó ninguna señal. Supuse que no estaba y decidí salir a caminar.

Sólo entonces caí en la cuenta de que realmente estaba muy estresado, pero contento.

Respiré profundamente el aire fresco de la noche y me dirigí a mi cafetería favorita.

La mesera que regularmente me atiende me dijo que se me notaba una cara de gran alegría. Yo le contesté: “Claro, son razones del corazón y mañana cupido me hará justicia.” Sonrió con picardía y continuó su trabajo. Al retirarme le dije que regresaría al día siguiente, el 14 de febrero, acompañado de una amiga y que desearía una buena atención que sería bien recompensada. La mesera me dijo que si llegaba a determinada hora me apartaría la mejor mesa.

Regresé de prisa a mi habitación. El corazón me palpitaba alocadamente. Empuñé la escoba. Estuve a punto de iniciar la comunicación, pero me contuve. Dejaría que ella tomara la iniciativa.

Las horas transcurrían y nada.

Entonces, seguí pensando en lo maravilloso que es el amor. Es de las cosas buenas que da la vida.

Pensé que uno debe darse la oportunidad de ser feliz, porque la felicidad es lo más grande que hay en la vida y es gratis. El lema de que el amor da vida es realmente cierto. Hay que ver a alguien enamorado para ver el brillo de sus ojos, de su piel, su energía, la nueva visión que tiene sobre el mundo.

Me lamenté el haber dejado pasar tanto tiempo con Flora. La había subestimado innecesariamente. Mi mente loca hacía planes y los ratificaba milimétricamente. De alguna manera tendría que ponerla a salvo de mis ruidosos vecinos que en cualquier momento podrían aprovecharse de su inocencia. Pensé que en el corto plazo sería bueno regalarle algo útil como una computadora y hasta hice una lista de la música que debería disfrutar.

No me dí cuenta en qué momento me quedé dormido, pero estoy seguro que apenas había cerrado los ojos cuando un ruido extraño me despertó. Era el rechinar intenso de la cama de Flora. Miré el reloj y eran las cuatro de la madrugada del nuevo día 14 de febrero.

Estaba tan extasiado que había dormido profundamente y por eso seguramente no escuché sus golpecitos y ahora ella hacía un ruido extraordinario con su cama para llamar mi atención. El rechinar ruidoso y constante de su cama, acompañado de algunos gemidos, me sugirió que podría estar en otra sesión de autoerotismo.

Yo no sentía una atracción sexual, sino un sentimiento de enamoramiento mucho más grande, por lo que ese ruido lo enmarqué como un buen detalle del 14 de febrero y sonreí. En el colmo de la felicidad, me puse a dirigir una imaginaria orquesta al ritmo del ruido de la cama de mi futura novia.

Como era insistente el ruido se me ocurrió tomar la escoba para avisarle que ya escuchaba yo y que había logrado despertarme, pero me contuve me contuve cuando escuché pasos en la escalera metálica. Me imaginé de nuevo aquél maravillo espectáculo de las piernas, el short diminuto, la blusa transparente y el cabello en cascada moviéndose lenta y suavemente.

Mi corazón palpitaba aceleradamente. Con decisión abrí la ventana, primero con temor y discreción, luego de golpe de par en par y noté que los pasos de la escalera se detuvieron.


--“Me está esperando. Para qué me asomo, de una vez salgo” Me dije, y abrí la puerta con determinación y valentía.


Miré hacia la escalera con ojos de enamorado y mi mejor sonrisa ensayada repetidas veces frente al espejo, que desconcertaron al gordo cacarizo King Kong, que en calzoncillos iba bajando la escalera, con el resto de su ropa entre las manos, y atrás de él mi deseada Flora se asomaba envuelta en una pequeñísima toalla de color rosa mientras le decía al gordo: “¡córrele, córrele que te van a ver!”.

Me metí rápidamente a mi habitación con la mente en blanco. Sólo después he vuelto a creer que el 14 de febrero es un buen día para deshacerse de toda la hipocresía acumulada, un día como cualquiera pues.

martes, 7 de mayo de 2013

El futuro de Oaxaca

Podría ser la pregunta del milenio.

Comentando con un amigo sobre la situación y el futuro de Oaxaca, le comentaba que como veo las cosas, podrían pasar más de 70 años para que el Estado de Oaxaca alcance un nivel de desarrollo como el que tienen algunos estados que se ubican en un rango medio-bajo.

Claro, la disputa se centró entonces en los criterios, medidas y referentes para una aseveración tan extrema, pero realmente no muy alejada de la realidad.

En las discusiones más severas siempre hay un argumento dogmático que les pone fin.

Y mi argumento era que el plan "B", en extremo, era escindir a Oaxaca de la federación y crear una nomenclatura oaxaqueña.

Era el colmo.

Nunca me había sentido desvariar tan temprano.

Los argumentos de mi amigo me desarmaron: "Siempre creía que serías un político o un guerrillero".

Me relajé.

No deja de ser todo una discusión sin sentido.

¿Será?

jueves, 2 de mayo de 2013

Prioridad recuperar la honestidad

Es cierto.

Cuando yo trabajaba en el DF conocí mucha gente que decía: "¿Quieres un acta de nacimiento falsa? Vete a Oaxaca; ¿Quieres un acta de matrimonio falsa? Vete a Oaxaca. ¿Quieres torcer un trámite? Lo consigues en    Oaxaca.... y así en muchos casos, que pintaban a Oaxaca como el Santo Domingo de los Estados, el lugar de la corrupción por excelencia.

Por ser oaxaqueño me sentía incómodo. Y de la incomodidad pasaba a la duda y luego al desencanto y de ahí a la vergüenza.

Algunos amigos y conocidos, efectivamente, me demostraron que torcieron trámites en Oaxaca.

Ya de vuelta al terruño y sobre la vida cotidiana y la práctica profesional, me dí cuenta de que efectivamente,  es muy fácil torcer trámites y corromper en Oaxaca.

Entre los extranjeros se sabe por ejemplo que es más económico y rápido realizar trámites de migración en Oaxaca que en otros estados; en alguna universidad pública la venta de calificaciones es una terrible y lamentable realidad; personal administrativo o porros, te ofrecen títulos o certificados, sin ningún pudor.

En el mundillo de la procuración de justicia, se sabe que ciertos trámites tienen su precio y no escapan algunos jueces, defensores de oficio, ministerios públicos, secretarios de juzgado, secretarios de acuerdos y abogados. No es una presunción. El prejuicio, la baja autoestima y el cinismo genera que los propios actores señalen sin ningún inconveniente los precios y favores que son capaces de hacer. Hay algunos agentes que te cobran para hacer una investigación, puedes además torcer un peritaje y como sucede con los policías de la federal de caminos, todos tienen su precio.

Claro, hay excepciones. No son todos.

Y del influyentismo, ni hablar.

Si tienes un compadre o un padrino, es seguro que tus asuntos los resolverás más rápido.

Lo que ellos no saben es que la corrupción no termina al consumarse el acto en lo secreto.

La corrupción genera inequidad e injusticias.

El que corrompe le ha dado vida a un monstruo que un día se volverá contra su creador o contra sus hijos y sus nietos.

Por eso estimo que recuperar la honestidad es una prioridad pública. Ya Benito Juárez nos puso el ejemplo.