lunes, 13 de julio de 2020

Vicisitudes de la Canción Mixteca
























Uno de los misterios de la creación artística es el momento preciso en que una obra adquiere vida.

Las muestras concretas de la inteligencia humana son la culminación de un proceso muy parecido a una erupción volcánica que va creciendo como temblores imperceptibles y exhalaciones mínimas o a veces ninguna, y que derivan en una poderosa explosión de rocas incandescentes, con truenos, polvo y fuego que son imposibles de detener.

¿En qué momento? Son impredecibles. El día menos pensado aparecen de repente, como si siempre hubieran estado ahí.

Un ejemplo de todo esto es la Canción Mixteca, que es una de las piezas musicales más representativas del estado de Oaxaca y de México y que muestra un fino acabado de sentimientos nostálgicos.

José López Alavés, su autor, nació en Huajuapan de León, Oaxaca, un 14 de julio de 1889 y desde pequeño sintió un gran interés por la música formando parte de la Banda Infantil de Huajuapan, en la que fue el primer clarinetista.

De un temperamento introspectivo, callado y serio exploró toda la teoría y la práctica musical con diversos instrumentos, dominándolos y participando en diversas agrupaciones musicales, hasta que al cumplir los 18 años con una sana ambición de conocimiento determinó que tenía que ingresar al Conservatorio Nacional de Música, que es meta, aspiración y deseo de la juventud talentosa.

Las cosas que valen la pena no se ganan fácilmente, pues escrito está que el éxito sólo se alcanza también por la suma y dimensión de las dificultades que se superan. Con esta idea López Alavés se trasladó a la Ciudad de México para explorar su ingreso al Conservatorio y para buscar también una manera de sostenerse económicamente. 

Eran tiempos difíciles porque en el preludio de la Revolución más bien aquellos días parecían el último suspiro de un difunto que acrecentaba la incertidumbre de un fin inevitable. Esto lo entendió pronto y habiendo medido las dificultades en carne propia se regresó a Oaxaca en busca de mayores apoyos, hasta que las referencias constantes lo encaminaron al palacio de gobierno: “Tú eres oaxaqueño y músico. El gobernador es oaxaqueño y pianista. Quién mejor para ayudar a un paisano y músico, que un paisano y músico gobernador.”

Corría el año de 1909. Los aires de incertidumbre permeaban también como una amenaza los resquicios de cuerpo político oaxaqueño.

Atento el Gobernador Pimentel hizo pasar a su despacho al tímido joven, que más bien parecía un seminarista a punto de comulgar en misa.

El político-músico tendió un puente con ojos de quien estudia una partitura tratando de encontrar un error: “Yo soy pianista y me dicen que usted es músico, ¿conoce la teoría musical?”

--Sí señor gobernador.

--Bueno, dígame, ¿en qué le puedo servir?

--Señor gobernador. Mi mayor deseo es estudiar música en el Conservatorio Nacional y aspiro a obtener una beca de mi gobierno para apoyarme en mis estudios en la Ciudad de México.

El gobernador Pimentel hizo una ligera mueca y contestó a rajatabla: “Lamento informarle que no existen ese tipo de apoyos para los músicos. No los hay. Legalmente no lo podemos hacer. Lo siento.”

José López Alavés se levantó de su silla y repasó con su vista el enorme escritorio del gobernador. Era el mismo mueble que había servido también para marcar distancias entre el gobernador Benito Juárez y la gente, pero con un estilo muy diferente, porque siempre se supo de la buena disposición de apoyo para el pueblo por parte de Juárez.

--Gracias señor gobernador, con su permiso…

--¿Y qué instrumento sabe tocar?

--Me gusta el clarinete, pero sé tocar más alientos, cuerdas, teclados, percusiones…

--¿Por qué el clarinete? Me parece un instrumento pequeño. No permite construir armonías y sus posibilidades técnicas son muy limitadas, no es como el piano, siete octavas más sus pedales, eso sí que es complicado.

--En cambio a mí, y con el debido respeto de su apreciación señor Gobernador, el clarinete me parece que traduce de manera diáfana el espíritu de la música porque es como el bisturí para el médico. Cuando uno se sumerge en la composición musical, el clarinete es el auxiliar infalible, como la tinta melódica que dibuja sobre el pentagrama la dimensión de todos los instrumentos. Es como la vara del director de orquesta, es un recurso técnico invaluable y mágico para la creación musical.

La interpelación y sobre todo la determinación de la respuesta dejó al gobernador-músico en silencio. Se dio cuenta de que no estaba frente a cualquier ejecutante de cualquier instrumento, sino que ese joven tenía un aire de suprema grandeza conteniéndose en su discreta figura y acaso lo imaginó como si fuera un volcán que algún día haría erupción.

--Mire cómo es la vida—dijo el gobernador con presunción—a mí la música me ha puesto donde estoy. Y abrió los brazos tratando de enfatizar su autoridad, su espacio, su importancia y su momento como si hubiese terminado de tocar en un concierto con un gran virtuosismo y recibiera con los brazos abiertos los imaginarios aplausos.

Sereno, el joven José López Alavés se dirigió a la puerta y enfatizó con tranquilidad antes de retirarse: “En cambio yo no quiero que la música me ponga en mi lugar, yo quiero darle su lugar a la música” y se marchó ante la sorpresa y contrariedad del gobernador.

Habiendo agotado toda posibilidad de apoyo institucional, José López Alavés regresó a la Ciudad de México, tocaría en algunos cines de películas mudas para medio ganarse la vida, pero estaba feliz de ingresar al ambiente intelectual del Conservatorio, donde el único acto de discriminación era diferenciarse los unos con los otros según la menor o mayor disciplina y dosis de talento.

Su dedicación y aptitud lo ubicaron como uno de los alumnos más destacados del Conservatorio Nacional y por este motivo se ganó en 1910 un reconocimiento que le entregó de propia mano el presidente Porfirio Díaz y su ministro de educación Don Justo Sierra.

Dos años más tarde, la Revolución era un hecho imparable que impactó a toda la sociedad mexicana. El joven estudiante de música se vio en la necesidad de sumarse al ejército revolucionario, que atraía al pensamiento de avanzada de la época y en ese entorno de guerra, cuyo horizonte más previsible podría ser la muerte, aquella especie de mixteco errante empezó a concebir la música de la Canción Mixteca, con un par de párrafos, como el eco distante que lo acercaba a la tierra añorada.

Tal vez fue por esas fechas cuando su jefe de división percibió que  José López Alavés tenía más inteligencia musical que agallas de mercenario, por lo que lo dispensó del frente de batalla y lo asignó al contingente de músicos militares. De modo que juntó sus escasas pertenencias y montando su caballo se fue en busca de la división que le correspondía. Entre tanta confusión, sin embargo, su salida fue considerada por los guardias como un acto de deserción, que además era penado con la muerte.

Lo detuvieron y lo juzgaron con las leyes de guerra, sin más fundamento que la mecánica sentencia dictada por el miedo—todo desertor era un enemigo--- y fue formado sin notificación ni juicio en la hilera de los que habrían de ser fusilados de un momento a otro.

Fue hasta ese momento que el músico mixteco se dio cuenta del grave problema en que se encontraba y de manera apresuraba y nerviosa escribió en una cajetilla de cerillos: “Me van a fusilar porque creen que me deserté. Auxilio.” Enterado por un amigo que le llevó el mensaje al general éste apenas si tuvo tiempo de llegar y detener a los soldados cuando se disponían a formar el pelotón de fusilamiento.

Nunca como ahora, había comprendido la inutilidad de la guerra.

Las cosas cambiaban rápidamente, en 1913 José López Alavés regresó al Conservatorio Nacional para terminar sus estudios, se tituló y a pesar de todo regresó a trabajar en las fuerzas revolucionarias, donde ya era apreciado y reconocido por su talento.

Después de una batalla por la región, por casualidad acamparon en el centro de la ciudad de Querétaro, justamente en el mismo lugar en el que, poco tiempo atrás, su paisano mayor Don Benito Juárez derrocara al imperio de Maximiliano y trazara un nuevo y prometedor destino para la patria.

Era el año de 1915 y cansado, mal alimentado y peor vestido con su levita revolucionaria sucia y desgastada, se sentó bajo la sombra de un árbol que seguramente fue testigo del triunfo de la República bajo la conducción, el arrojo y la inteligencia de los liberales juaristas, y sintió unas terribles ganas de llorar. A su mente llegaban los fantasmas de su familia a la hora de merendar, mientras los lugares de su niñez y los amigos desfilaban en una serie de imágenes y sentimientos como si no los volvería a ver nunca más.

Miró los rayos del sol atravesar por entre las hojas de los árboles y tuvo la sensación de estar mirando esos mismos rayos cuando hendían las voluptuosas nubes blancas de la mixteca en un atardecer cualquiera.

Fue entonces cuando oyó salir de su corazón la letra de la Canción Mixteca, pero ahora coherente y completa y unida a su melodía: “Que lejos estoy del suelo donde he nacido. Inmensa nostalgia invade mi pensamiento. Y al verme tan sólo y triste cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento…”

Se apresuró a improvisar el papel pautado sobre pedazos de periódico y papel de estraza que encontró a la mano, a falta de un material más apropiado que le permitían las condiciones de la guerra, insertó los versos y las claves para armonizar la melodía, terminando de este modo la composición que le evocaba su tierra natal. 

La tristeza se convirtió en alegría. Fue otro día glorioso para la patria.

Cuando regresó a la Ciudad de México la lenta normalidad de la convulsión revolucionaria trataba de darle a cada quien su lugar. 

Siendo un músico destacado era consultado y apreciado por su talento y virtuosismo. Incluso, se dice que el cantante Agustín Lara le llevaba sus composiciones para que le hiciera los arreglos y las correcciones técnicas necesarias, al igual que varios músicos y artistas de la época.

Hacia 1918 y desde la ciudad de México, el periódico “El Universal” convocó a un concurso de música en el país, de acuerdo  con las tendencias del nacionalismo cultural que destacaba el nuevo perfil de México en el mundo, y en el que recibieron más de 200 composiciones musicales.

Con un jurado especializado, la Canción Mixteca fue una de las ganadoras y desde entonces se popularizó a nivel nacional e internacional. 

Su originalidad y el sentimiento que destila en cada una de sus frases y ritmos, hace que no solo se evoque a la Tierra del Sol, sino a cualquier girón de la Patria cuando cualquiera de sus hijos se encuentra lejos.

José López Alavés continuó con sus actividades musicales, combinando su participación con la educación y la experimentación musical, junto con el maestro Julián Carrillo, e impulsando el desarrollo de las bandas militares y las bandas de policía, que fueron unas grandes impulsoras de la música en el país, ya que a través de sus miembros se divulgó la formación musical en muchos estados de la República, generándose un intenso movimiento de participación cívica musical.

En 1947 el músico oaxaqueño José López Alavés, que ya sumaba cerca de 300 composiciones en su haber y que gozaba de un amplio prestigio y reconocimiento a nivel internacional, se presentó en la Ciudad de Oaxaca de Juárez para dirigir el estreno de su obra “General Antonio de León”, que dedicó a ese militar y gobernador de Oaxaca y que también era su paisano de Huajuapan de León.

Ante el júbilo de su recepción es probable que en ese momento se haya acordado de la vez que le pidió apoyo al gobernador Pimentel y que éste se lo negó. Tratándose de un hombre sin rencores, aquel recuerdo le generó solamente una sonrisa, como una anécdota sin mayor importancia.

Sería precisamente otro gobernador de Oaxaca, Fernando Gómez Sandoval, que un 14 de julio de 1970 y con los representantes de la Sociedad de Autores y Compositores de México inauguraron un busto en honor del maestro José López Alavés en el Jardín Sócrates de la Ciudad de Oaxaca de Juárez. Esta emotiva ceremonia era un reconocimiento al hermano oaxaqueño, al hijo pródigo y al prohombre de la cultura que engrandeció con su aportación a todo el estado.

Cuatro años después, un 25 de octubre, el maestro pasó a la eterna morada, dejando un gran vacío no sólo en su esposa e hijos, sino en la cultura nacional.

Sin embargo, su fama y sus reconocimientos continuarían después de su muerte, pues en 1985, cuando la historia registra a Neri Vela como el primer astronauta mexicano que va al espacio, la NASA decide transmitirle a la tripulación la Canción Mixteca, como un lazo de unión con la tierra, en un atinado y sensible acto de reivindicación de la humanidad y de la cultura mexicana y oaxaqueña.

Asimismo, el 20 de noviembre de 1988, Mariano Palacios Alcocer, gobernador de Querétaro inauguró en la Alameda Hidalgo en el centro de su ciudad capital, un conjunto de esculturas con la figura del ilustre oaxaqueño José López Alavés y una mujer mixteca, en reconocimiento y memoria del hombre y lugar que inspirara la letra de la Canción Mixteca y como una muestra también del aprecio y la dichosa coincidencia histórica de Oaxaca con Querétaro.

Posteriormente, diez años más tarde, el 20 de abril de 1998, el H. Ayuntamiento de la Ciudad de Huajuapan de León, aprobó a la Canción Mixteca como el himno de este municipio mixteco.

José López Alavés representa así al oaxaqueño tenaz, talentoso y esforzado que triunfa con la humildad y la convicción de aportar una columna de identidad cultural a la grandeza mexicana. Enorabuena.


*Fuentes de las fotografía y de la información histórica que documenta esta recreación: