domingo, 16 de abril de 2017

GABO PERIODISTA

¿El periodista nace o se hace?

Pregunta ociosa que recuerda el dilema planteado por los maestros a los pupilos si primero fue el huevo o la gallina y que cualquier biólogo precisa, con la mano en la cintura, que antes que todo fue el huevo en una continua y compleja red de células que fueron evolucionando.

Si la teoría evolucionista tuviera que aplicarse al periodismo---ya como decía Manuel Buendía, el oficio más antiguo del mundo, o como diría Gabriel García Márquez, el mejor oficio del mundo---, es evidente que el periodista nace, de la misma manera que se nace para ser la Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King o Gabriel García Márquez.

Más allá de los determinismos, un hecho es bastante cierto: la mayoría de los seres humanos tienen cierto talento, una vocación, un halo del espíritu que bien orientado es germen generoso de fecunda creatividad.

Pero el talento por sí mismo no es garantía de éxito si no se disciplina y se le brinda la constancia rigurosa del trabajo constante y optimista y sobre todo, la firme creencia de que lo mejor está por hacerse, lo que supone la premisa virtuosa de la humildad y el deseo fervoroso del mejoramiento permanente como un desafío de vida.

Son escasas las oportunidades en las que el creador puede documentar su obra.

Recuerdo a Jorge Ibargüengoitia en la excelente selección de artículos que hizo Guillermo Sheridan, intitulado “Autopsias Rápidas”, publicado por Vuelta, en algunos de los que explica el tormentoso proceso creativo o la chispa inesperada que le dio forma a sus novelas. Algo parecido hace Paco Ignacio Taibo II en las últimas novelas de Belascoarán, sus prólogos son sinceras confesiones de las dificultades que enfrenta el escritor, y en su caso, de las facilidades que, merced a una constancia a toda prueba, arrojan en momentos inexplicables la solución a la novela.

A diferencia del que escribe literatura, el periodista no puede excusarse de los alcances de su trabajo, apremiado por el rigor de las presiones de la entrega, prácticamente tiene que avanzar contra viento y marea para llegar a buen puerto que es publicar con oportunidad su colaboración. Pasado el tiempo y tras el éxito obtenido, el periodista reconoce que ha hecho un buen trabajo.

En estos casos, sirve de mucho el testimonio de los colegas.

Este es el caso del libro “Gabo Periodista”, que es una antología de textos periodísticos de Gabriel García Márquez , seleccionados y comentados por periodistas cercanos al autor de Cien Años de Soledad.

Para los admiradores del trabajo literario y periodístico de Gabriel García Márquez, esta obra, bajo el cuidado de Héctor Feliciano, a la sazón, presidente de la coeditora Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, viene a ser una antología fundamental para conocer la evolución creadora de Gabo y en la mayoría de los casos, del contexto en el que se generaron dichas creaciones, con venturosa constancia de primera mano.

Un acierto editorial ha sido el acompañar las publicaciones con numerosas fotografías de Gabo en su oficio de periodista, por lo que el lector logra un mayor acercamiento en la vida y la obra de García Márquez.

De hecho, no cambia mucho en sus retratos, es el mismo de la frente ancha coronada por un crespo cabello del caribe criollo; su mirada infantil y risueña, pero escrutadora y analítica, que enmarcan sus cejas inquisidoras; la nariz aguileña remata con un abundante bigote sobre unos labios que revelan una sensualidad permanente y un mentón protuberante que señala determinación y arrojo.

Hay tres fotos que me parecen muy interesantes.

Las tres son poses para la cámara. Una es donde aparece con el ojo morado y que consignó Rodrigo Moya en México, D.F., en 1976, después de un incidente con Mario Vargas Llosa que el mismo Gabo omitió en Vivir para Contarla y que en el mundillo de los libros se cuenta como una anécdota de chisme y de la que se espera que algún día Mario Vargas Llosa haga alarde en sus memorias.

Gabriel García Márquez aparece sonriente con el ojo morado en una actitud pícara. Esa foto se puede encontrar en internet y a pesar de que fue tomada cuando Gabo rondaba casi los 50 años, es una foto en que se muestra travieso, como quien ha perseguido a un gato sin lograr atraparlo y que en su correría ha dejado una evidencia de vajillas rotas que le ha provocado un gran regocijo.

Esa foto se podría ubicar en la delgada línea que divide a la realidad de la ficción y más allá del ojo morado, es la foto que preferiría que utilizaran los maestros de literatura cuando hablaran de García Márquez, porque es un retrato que nos acerca más al hombre de carne y hueso, al vecino costeño y divertido.

Otra foto interesante, a mi modo de ver, es la que inmortaliza al literato consagrado, es una fotografía de su edad madura, allá por 1990, tomada en Bogotá por Hernán Díaz (Página 28 del libro). Gabo tiene 63 años, pero aparenta una edad menor—es un traga- años---. Es un hombre de cabello cano y bigote blanco que aparece sentado de espaldas a un espejo que le sirve de marco, viste camisa blanca y un suéter oscuro, está cruzado de brazos y mira de frente a la cámara, que está ubicada a una altura menor, y se destaca por su sonrisa enorme y franca. Esa es la foto que podría estar en las bibliotecas o en las instituciones culturales.

La tercera foto que escojo, del centenar que contiene el libro, es la foto con la que preferiría identificar al Gabriel García Márquez periodista (página 58 del libro) y que fue tomada por Nereo López en Bogotá alrededor de 1967.

Aparece en primer plano el rostro de Gabriel García Márquez, tres cuartos mirando hacia la izquierda; tenues líneas horizontales surcan su frente y el vértice de su ceño fruncido ligeramente muestra la costumbre de impresionarse y reflexionar de continuo, pero la mirada fija es penetrante y se nota que escruta y sopesa humanamente algún acontecimiento.

Imagino que esa actitud, esa mirada es la misma que debió contemplar el náufrago que sobrevivió a la maratónica sesión de mayéutica a la que fue sometido por García Márquez para reconstruir la osadía psicoanalítica que dio vida a un relato-reportaje extraordinario. Es la misma mirada de periodista cuando armaba el rompecabezas de la crónica, a través de las preguntas a cada una de las personas que conocieron de una muerte anunciada; la misma e inteligente mirada que observaba milímetro a milímetro la exhumación de las criptas del Convento de Santa Clara, entre las que asomó la cabellera de leyenda que dio pie al gran reportaje sobre el amor y posteriormente a los demonios y la novela del mismo tema, y por qué no decirlo, acaso, la mismísima mirada que esperaba una respuesta de la Cabarcas, sobre un pretendido amor que será evocado, en el cénit de su vida y carrera, como la causa de sus memorias tristes.

La mayoría de la muestra periodística de García Márquez que se compila este libro, compuesta por artículos, crónicas, entrevistas, reportajes, ensayo, se puede localizar en la obra dispersa y eso le da un valor adicional, que las muestras son cronológicas y selectas. Para quienes no han tenido la oportunidad de encontrarse con los Cuentos de la Mamá Grande, los Textos Costeños o sus Obras Completas, por mencionar algunos, o para quienes ya las han leído, este libro, coeditado también por el Fondo de Cultura Económica y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, representa un homenaje póstumo y un documento imprescindible, junto a Vivir para Contarla, para conocer y gozar de la obra periodística y literaria de García Márquez.

Los textos no solo evocan el mejor estilo periodístico de Gabriel García Márquez en sus diversas etapas de crecimiento desde la trinchera, sino que también pasan revista a la convicción ideológica que lo orilló al periodismo militante, en una época que en que ser periodista capaz y honesto, se vislumbraba ya como una amenaza para el poder corruptor de la política y las tiranías latinoamericanas.

Seguramente muchos biólogos estarán inconformes con la licencia literaria y periodística de nombrar a los dictadores como gorilas porque al fin y al cabo, el gorila no le pide nada al hombre y no tiene la culpa de la degeneración humana; pero el uso del término calcó a la perfección al salvaje, al que se impone bajo la fuerza bruta y que en la teoría de la evolución se quedó incompleto y alejado de la razón y de la civilización.

El gorila latinoamericano que es una amenaza para el periodismo y la sociedad, tal vez disminuyó un poco en su perfil de militar y dictador, pero hoy en día el nuevo gorila latinoamericano es el que se disfraza de gobernante y usurpa el poder civil con sus hordas de mafias de narcotraficantes y de corruptos que también hacen blanco frágil al periodismo.

Del oficio más antiguo del mundo, del mejor oficio del mundo se ha pasado al oficio más perseguido del mundo.

En nuestras incipientes democracias latinoamericanas el periodismo está en alerta roja ante la combinación explosiva de la política y la corrupción que hacen del ejercicio periodístico un campo minado y con tantas muertes que jamás profesión alguna hubiera resultado tan peligrosa.

Sufrido en carne propia, el mismo Gabo alentó la discusión y la protección del periodista como objetivos de cobertura de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberaoamericano.

Ojalá y que esta iniciativa documentada pueda servir de inspiración a los gremios de periodistas locales que resisten los embates del poder, desde los territorios contaminados por la corrupción política y la delincuencia organizada.

Una de las mayores contribuciones del libro “Gabo Periodista” también es documentar su acción visionaria y de avanzada para recuperar la vigencia de un periodismo moderno y eficiente, a la manera de una escuela viva donde los grandes periodistas del mundo compartían con jóvenes periodistas de Iberoamérica sus experiencias y visiones sobre el mejor oficio del mundo.

Partiendo del principio de que no hay escuela de vuelo para aves y de que el periodista nace, nunca está por demás nutrirse de la experiencia de quienes han logrado conquistar las cimas y aunque las condiciones son diferentes, como particular es la existencia misma, este tipo de libros son como un faro en el puerto de la creatividad porque ayudan a iluminar el camino.

La selección de los textos periodísticos de Gabriel García Márquez no son oro molino, son lingotes de oro macizo.

Los consejos, valoraciones, los análisis y las recomendaciones que sobre el periodismo hace en algunos artículos García Márquez, quedan consignados en esta obra que la convierten en un referente obligatorio para estudiantes y practicantes del periodismo y en una obra imprescindible para sus lectores.

Cinco citas de Gabo Periodista, tomadas del libro de referencia:

“El periodismo es la profesión que más se parece al boxeo, con la ventaja de que siempre gana la máquina y la desventaja de que no se permite tirar la toalla.

“El reportaje no es, ni mucho menos, el periodismo. Pero hay que pensar que al lector siempre le gustará leer una historia completa, alentada por una narrativa de sabor literario.

“La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor.

“Cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo.

“Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.”

Otro acierto de este libro “Gabo Periodista” es que cierra con una minuciosa cronología de los principales hechos de su vida y su trabajo como periodista que va de 1927, el año de su nacimiento, hasta octubre de 2012, cuando recibe la medalla de Bellas Artes por el gobierno mexicano.

El libro se publica en noviembre de 2012, prácticamente a un año medio antes de que la muerte viniera por él para embarcarse al Macondo de la inmortalidad.

Esta antología se lee como los mejores libros, de principio a fin sin soltarlo, y si se ve en la necesidad de interrumpir la lectura, solo es con el propósito de no agotar el material y prolongar su disfrute. Los comentarios y las anécdotas citados por los colaboradores de Gabo, en torno a los materiales publicados, son tan sinceros que cuando se termina el libro a uno le queda un nudo en la garganta por la generosidad y la gran calidad humana de Gabriel García Márquez.

Obvia señalar que hay un atisbo de su vida privada, implícito apenas a través de una entrevista, pero que permea la obra de modo que puede identificarse a la gran mujer que estuvo siempre al lado de este gran hombre, su señora esposa Mercedes Barcha.

Además de ser un reconocimiento y un homenaje merecido al periodista Gabriel García Márquez, este acto también habla muy bien de sus colegas y los comentaristas que lo hicieron posible: Héctor Feliciano, Gerald Martin, Héctor Abad Faciolince, María Luisa Ronderos, Juan Villoro, José Salgar, Jon Lee Anderson, Teodoro Petkoff, Sergio Ramírez, Enrique Santos Calderón, María Jimena Duzán, Alex Grijelmo, Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina, Juan Cruz, Jean-Francois Foguel, Joaquín Estefanía, María Elvira Samper, Alma Guillermoprieto, Jaime Abello y José Luis Novoa.

Tal vez un pendiente de la Fundación que hoy lleva el nombre de García Márquez, consiste en documentar algunos de los cursos que se impartieron tanto por el mismo Gabo, como por otros reconocidos periodistas y ponerlos al alcance del público, o probablemente ya existan. Al menos esta obra de Gabo Periodista consigna lo que pensaba y recomendaba Gabriel García Márquez en torno al periodismo, pero no está por demás compilar también las apreciaciones de personajes como Kapuscinsky y las de los talentosos periodistas de Iberoamérica que participan del proyecto de la FNPI.

Para ser honestos sólo hay un problema con este gran libro publicado a finales del 2012 y es que se trata de una edición no venal, es decir, no está a la venta y únicamente se distribuyó en instituciones educativas y bibliotecas públicas.

Lástima, porque en la biblioteca de mi pueblo había dos ejemplares y ahora solo queda uno.

miércoles, 5 de abril de 2017

Una selfie con García Márquez

Empezaba a oscurecer.

O tal vez sea una de las precisiones de la memoria, que dibuja a Gabriel García Márquez como si estuviera iluminado y todo a su alrededor oscuro. Lo que es cierto y seguro es que era un día entre semana por la tarde, porque entonces yo estudiaba en la Universidad por la mañana y la otra mitad del día era empleado de la Librería Gandhi de Coyoacán.

Entonces sólo existía la antigua y única librería "Gandhi", hacia finales de los años noventa, pero ya consolidada como un espacio de libros clásico que era visita obligatoria de escritores, intelectuales, lectores, artistas y bohemios.

Hasta la fecha, la presencia de escritores ahí es frecuente y para algunos empleados de la librería esas visitas eran la oportunidad para platicar y obtener la dedicatoria en las obras de sus autores. Varios trabajadores de la "Gandhi" nos disputábamos para ser los primeros en atender a los escritores de renombre que según nuestra propia experiencia de desplazamiento de sus libros entre los lectores les asignábamos una importancia determinada. También había algunos autores que parecían espantapájaros porque a la hora de su visita y por su trato no tan cálido, los empleados nos desaparecíamos como por arte de magia.

Empezaba a anochecer y parecía un día normal, hasta que el revuelo comenzó por la entrada de la librería. De pronto, mucha gente, entre clientes y empleados se remolinaron en torno a alguien y el barullo impedía acercarse, pero era una señal precisa de que un personaje destacado había llegado. Casi enseguida corrió la voz: "¡Llegó Gabo, llegó Gabo!" y nuestro primer impulso fue ir corriendo a la sección de novela y tomar Cien Años de Soledad para acercarse al maestro.

De manera natural se formó una fila para conseguir el autógrafo de Gabriel García Márquez, que con una sencillez de santo preguntaba el nombre de las personas para escribirles su dedicatoria. Cuando fue mi turno, entre empujones me acerqué al maestro y no pude evitar extenderle la mano para saludarlo, él sonrió,vestía un saco a cuadros y ya las canas y sus lentes le daban el aspecto de un sabio que contemplaba un fenómeno ordinario, pero se notaba gozoso y feliz de ver coronada su vida y su obra con el reconocimiento espontáneo de la gente, me saludó con un apretón de manos fuerte y firme y sentí en ese momento una ligera descarga eléctrica que sacudió todo mi cuerpo y luego una sensación de calor agradable.

El maestro sonreía y me dio la impresión de que una lágrima asomaba por sus ojos. Todo lo que quería preguntarle me lo contestó con ese fugaz y momentáneo saludo de manos y su mirada colmada de felicidad. Yo quedé satisfecho y lo miraba a la distancia. Apenas terminó de escribir las dedicatorias a las dos docenas de personas que se encontraban a esa hora en la librería se retiró como entró, en medio del júbilo y la buena vibra de todos.

Las personas que estaban en la cafetería y las que se encontraban en el área de discos apenas empezaban a llegar a la sección de libros y a solicitar con urgencia "Cien Años de Soledad".

Una clienta joven y guapa, de una gabardina oscura y una mascada naranja, parecía artista de cine, me pidió el mismo libro y me dijo "o tráigame cualquiera de Gabo, rápido por favor, que se va." Me deslicé con velocidad a la sección de novela y el espacio de exhibición dedicado a ese autor aparecía vacío. Con el mismo sentimiento de premura me dirigí a la bodega y justo en ese momento sacaban más libros de García Márquez, pero como tenían que registrar el título y número de libros que se sacaban perdí un par de minutos.

Salí al área de ventas con varios ejemplares de "Cien Años de Soledad", pero la chica que me lo había solicitado ya no estaba. García Márquez ya se había marchado y los demás clientes empezaban a dispersarse. Acomodé los libros en su lugar y me acordé de repente que mi libro autografiado lo había dejado en la mesa donde la chica bella me había pedido un ejemplar de Gabo. Lo busqué con ansia, pero el libro ya no estaba y la joven tampoco.

Pregunté en cajas si alguna chica hermosa de gabardina oscura y mascada naranja había comprado "Cien Años de Soledad" y la cajera me contestó que sí, que ella misma le preguntó a la clienta si se iba a llevar el libro de todos modos porque el escritor García Márquez ya se había retirado de la librería y la joven le dijo que sí, que se lo cobrara lo más rápido que fuera posible porque "hay días en que una se levanta con suerte" y luego se retiró con mucha prisa.

En esos años el teléfono celular era incipiente y las cámaras fotográficas no eran tan prácticas ni populares como para andar cargando una todo el tiempo.

Pasados los años visité el museo de cera de la Ciudad de México y ahí me volví a encontrar con Gabriel García Márquez, era la segunda vez en la vida que me lo encontraba y podría jurar que vestía como la última vez, solo que ahora estaba convertido en una inmortal figura de cera.

Estuve todo el tiempo que quise junto a él y festejé nuestro encuentro con una selfie.