domingo, 8 de noviembre de 2009

Intolerancia Religiosa (1 de 3)

Son las ocho de la noche.
La sencilla habitación de madera y lámina con techo del mismo material empieza a temblar pareciendo que se va a caer de un momento a otro.
En el interior de esa habitación que funciona como templo evangélico, unas ocho familias integradas por personas de la tercera edad, mujeres, jóvenes, discapacitados y niños empiezan a gritar y a llorar.
Con furia mesiánica su pastor les pide que recen, que rodeen a los niños que Dios los va a defender.
Pero sus gritos desesperados no encuentran eco.
Afuera del improvisado templo evangélico una turba enardecida y armada con machetes y palos continùa golpeando salvajemente la habitaciòn en medio de la oscuridad de la noche en ese municipio de la Sierra Norte de Oaxaca, que pertenece al Distrito de Villa Alta.
Los hombres estàn nerviosos y claman a Dios para que no los haga caer en las tentaciones de defenderse frente a sus enemigos.
Finalmente el humo con el que los de afuera intentan quemar el templo evangèlico provoca que salgan todos corriendo para enfrentarse a una informal asamblea comunitaria con algunas personas alcoholizadas y enardecidas.
Ya les habían advertido que se fueran, ya les habìan cortado el agua potable, incluso la luz que no es un servicio pùblico del municipio les fue cortada, ya les habían impedido a sus hijos la inscripciòn a la escuela primaria y les habìan negado la venta de artìculos de primera necesidad en la tienda comunitaria.
Pero ese grupo de evangèlicos no se iban de la comunidad.
Las autoridades municipales, entre los que se encontraba el Secretario Municipal y uno de los cabecillas de los autores intelectuales de la expulsión fueron determinantes y en un juicio sumario sentenciaron con la expulsión a aquellos pobres desgraciados sin importarles que fueran sus paisanos, sus amigos, sus familiares.
Sin importarles que se tratara de mujeres indefensas, de gente de la tercera edad, de algunas personas con discapacidad. Pocos varones habìa pues sus familiares, migrantes, se encontraban en Estados Unidos trabajando.
A ese grupo de personas evangèlicas los subieron a camionetas y los llevaron fuera del territorio municipal.
"Es un acto de humanismo"--Dice uno de los expulsores, tratando de ocultar que el destierro es mejor que el entierro.
Las malas noticias corren ràpido y la solidaridad también.
Las personas expulsadas en medio de aquella violencia encontraron el apoyo de sus hermanos de religión que en un municipio cercano y màs tolerante les brindò asilo.
"Es la segunda vez que expulsan a evangèlicos de este pueblo"---dice uno de los hombres viejos.
"La otra vez sucediò hace 20 años. Corrieron a la gente y nada pasò."
Que tristeza.
Es la segunda vez que ocurre. Ya pasaron màs de dos años y lamentablemente nada pasó.
Los expulsados fueron privados de sus terrenos de sembradìo. No se les permitiò retornar para recoger sus documentos importantes. Algunas de sus casas fueron incendiadas. Todos viven bajo la amenaza de que si regresan van a sufrir las consecuencias de su osadìa y que nadie se hace responsables de sus vidas.
El motivo de la expulsión es supuestamente una violación a los usos y costumbres, consistente en cambiarse de religiòn.
Consultado el pàrroco de la región sobre los promotores de aquel acto, el padre niega que sea católicos.
"No van a misa. Nunca han comulgado. Nunca se han confesado".
Es simple y llanamente una isla de impunidad sostenido por la ignorancia y la mala fe de los lidercillos de la comunidad.
Vanos han resultado los esfuerzos por negociar el retorno de los expulsados, que han perdido su lengua, sus costumbres, sus propiedades y lo más importante, su fè en la justicia.
(continuarà)

No hay comentarios:

Publicar un comentario