miércoles, 7 de octubre de 2009

La rebelión de los chefs

Cada quien su plato.

Hace poco se efectuó en la Ciudad de Oaxaca un festival gastronómico que centró su difusión en la idea de que Oaxaca es más que sus siete moles.

Ya lo creo.

Pero comerme una lechuga hidropónica con queso ligth, aderezada con salsa agridulce, no es la mejor alternativa para el exigente paladar oaxaqueño.

Yo prefiero los platillos del arrabal.

Es la cocina populi.

Qué tal un caldo de piedra, que se llama así porque para calentarlo se le tienen que echar unas piedras volcánicas al rojo vivo, método hererado de la tradición prehispánica de los chatinos.

Es usual en los comedores citadinos leer letreros con el menú del día como Ropa vieja: que es carne de res deshebrada con ensalada o Caldo de Gato, que es como un caldo de res picante.

Poco se escucha hoy en los valles centrales el platillo que se llama Caca de Venado, un verdadero deleite de semillas.

Es mayor la tradición de la cocina indígena enriquecida con la tradición española. Muestra de ello es el festival del mole de caderas (de chivo) que se realiza por estos días en Huajuapan.

Si profundizaramos en la cocina popular oaxaqueña el horizonte es muy amplio, por eso es muy usual decir acá que de la cocina nace el amor.

Eso es causa de que San Antonio vaya perdiendo tantos fieles, toda vez que las mujeres solteras, en vez de rezar las novenas al santo busca novios, ahora le rezan a algunos de los santos patrones relacionados con el arte de cocinar, que es el arte donde reside, indiscutiblemente, el verdadero secreto de la conquista.

Aunque se oiga machista.

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