lunes, 8 de marzo de 2010

El adivino

Hay un silencio total.
Estamos en algún lugar de la sierra norte del Estado de Oaxaca rodeados de impresionantes árboles de pino, fresno, encino y cedro, que se agrupan por microclimas y familias.
Para donde quiera que se mire, pareciera que estamos en una caja rodeada de árboles, ramas, lianas y arbustos creando una sensación de aprisionamiento.
Nunca tanto oxigeno me había causado tanta asfixia y claustrofobia, por lo que tenía que contemplar con cierta frecuencia las pocas nubes que transitaban por encima del techo de abundante follaje para no sentirme ahogar.
Mi amigo el nagual me ofrece un poco de agua que extrajo de un escurrimiento cercano como una silenciosa culebra que se escurre por entre las húmedas rocas.
El agua está fría pero me espanta las ganas de vomitar por sentirme aprisionado entre tanta vegetación.
Tengo hambre y frío y estoy pensando que fue una locura aceptarle este ejercicio al nagual. Pienso en un filete, en un caldo de pollo, en unos frijolitos, en una fruta, en un pedazo de pan.
El agua distrae mi hambre, mientras el nagual se retira de nuevo y me deja sentado en un tronco de arbol caido.
En medio del bosque pierdes la noción del tiempo, siento que he estado ahí miles de años y desde la madrugada, en medio del frío y la neblina, hasta esa hora del atardecer ya no me importa nada.
He estado destilando todas mis preocupaciones y al invadir por la tarde la neblina nuevamente el bosque, siento que agoté todo mi pensamiento, todas mis preocupaciones, nada me importa, me siento liberado.
Antes de escuchar pasos volteó a la izquierda por instinto y a lo lejos, entre la neblina, alcanza a ver al nagual que regresa sonriente y trayendo un paquete hecho con grandes hojas verdes en la mano izquierda.
Ya no tengo hambre ni deseos de retirarme de aquel lugar.
Me siento como si hubiera recuperado energía.
El nagual sonríe.
Puedo adivinar en su pensamiento que está contento. Nuestra relación es fraterna.
Se sienta en el piso y abre el paquete de hojas verdes dejando mostrar unos pequeños tallos anaranjados y me dice: esta es la comida.
Sin ningún temor me llevo a la boca eso que parecen filamentos de árbol, pero que sabe exquisito, medio agridulce pero es como si estuviera saboreando un sabroso guisado.
Comemos, mientras el nagual dice:
--- Todos los seres humanos nacemos con el atributo de leer el pensamiento. Pero es algo tan terrible, que renunciamos a ello de manera progresiva de modo que atrofiamos esa capacidad y nos quedamos en un ámbito de percepciones elementales. Los seres humanos estamos comunicados por una misma sustancia perceptible a todos los seres vivos. Empiezas a despertar esa capacidad, cuando renuncias en primer lugar a tus propios pensamientos y dejas que fluya la información que las personas a tu alrededor están transmitiendo sin darse cuenta. Cuando tú decides penetrar al pensamiento ajeno te llevarás sorpresas extraordinarias. Por lo general, si estás decidido a realizar la lectura del pensamiento ajeno, podrías meterte a un infierno que te podría llevar al suicidio si no eres lo suficientemente fuerte para controlarlo. El ejercicio que hemos realizado hoy se denomina vaciar la mente y veo que has avanzado mucho porque tienes una predisposición natural.
El nagual sonríe y señala con el brazo la dirección que tomaremos para la segunda fase de este ejercicio. Esta no me ha permitido divulgarla y es tan sencilla y eficaz, que sólo puedo decir que es posible adivinar el pensamiento ajeno.
Es tan maravilloso como aterrador.

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