lunes, 21 de septiembre de 2009

Mi encuentro con el genio

Era el atardecer.
La luz del crepúsculo se difuminaba por las cortinas del ventanal, dandole un aspecto surrealista a la sala de la casa.
Yo estaba en un sillón, semidormido, con mis monedas del I Ching en una mano y con el libro prologado por Yung en la otra.
El disco de música medieval ya había concluido y los acordes aún retumbaban en mis oidos cuando de pronto, frente a mí se levantó una luz que semejaba la silueta de un hombre maduro y del que salió una voz que me dijo:
"---Soy un genio y te voy a conceder un deseo. Para que así sea, tendrá que ser un deseo que no cause mal a nadie, que no te cause mal a ti mismo y que no pueda cambiar el pasado. Si aceptas tendrás 30 segundos para pedirmelo a partir de que yo levante el brazo."
Acto seguido levantó el brazo derecho mientras los segundos empezaban a transcurrir borrando su cuerpo de abajo para arriba.
Pensé rápidamente sobre aquello que siempre he deseado, pero me pareció insuficiente.
Después me pareció egoista.
Pensé también que si pedía dinero, iba a dejar de lado la salud y que sí pedía la salud, iba a omitir la felicidad.
Como en una película rápida se atravesaron por mi mente otras personas y situaciones a las que podría yo contribuir aprovechando esta oportunidad.
Luego pensé que sería bueno tener el don de penetrar los misterios de la vida, que me permitiría conocer el origen de la vida, develar los misterios del ser humano, entender el universo y su finalidad, incluso acercarme a Dios, ...
Había dado con aquello que deseaba y justo cuando lo determiné se iba deshaciendo el último dedo que quedaba del genio.
Me habían ganado los 30 segundos y aquella figura mágica habia desaparecido sin que yo tuviera la oportunidad de pedir mi deseo.
Me incorporé, puse las monedas y el libro en su lugar.
Contemplé los últimos rayos del sol y concluí que en la vida hay oportunidades para las que se debe estar preparado.

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