martes, 8 de abril de 2014

El Obispo que discriminó al Gobernador Benito Juárez



Está documentado.
Narra el historiador oaxaqueño Manuel Martínez Gracida* que en 1828 el señor Pedro José de la Vega dejó un legado de casi 90 mil pesos para que se construyera un Hospicio de Pobres, dejando como patrono de la fundación al que ocupara el Obispado de Oaxaca.

El recurso fue administrado por el Cabildo Eclesiástico y de los réditos se hicieron unas cuantas donaciones y limosnas.

Pasaron 16 años sin que se construyera el Hospicio.

En 1844 fue nombrado como Obispo de Oaxaca Antonio Mantecón y en consecuencia le tocó administrar a él esta herencia, conjuntamente con el Cabildo Eclesiástico.

Pasaron otros cinco años y el dinero seguía utilizado para otros fines, menos para los que había sido donado, lo que generaba malestar en la sociedad de la época.

Corría el año de 1849 y Benito Juárez gobernaba el estado de Oaxaca.

Aunque Juárez había instruido al ayuntamiento para que invirtiera en el Hospital de Belén, dadas las constantes revoluciones de la época, la población le recriminaba al Gobierno su falta de inactividad en relación con el legado del señor de la Vega, que vendría a aliviar un poco la demanda de los servicios de salud.

Juárez comisionó entonces a su Secretario de Gobierno, Manuel Ruiz, para que buscara al Obispo Mantecón y le planteara la posibilidad de concretar la construcción del Hospicio con auxilio del Gobierno del Estado.

El Obispo lo escuchó y le contestó que le dijera al Gobernador que no se metiera en este asunto. El Secretario de Gobierno le hizo ver que la obra no sólo era un pendiente, sino que también había presión social para que se construyera y que además se demeritaba la imagen de la iglesia. Entonces el Obispo le dio cita para otra ocasión.

Manuel Ruiz se presentó puntualmente a la cita, pero el Obispo no lo recibió; insistió un par de días más y el Obispo seguía sin atenderlo, por lo que le dejó dicho que regresaría al día siguiente ya que no se trataba de un motivo personal sino de un asunto de la gubernatura.

Esa referencia encolerizó al Obispo de Oaxaca, por lo que atendió al representante del gobernador al día siguiente.

El Secretario de Gobierno llegó acompañado del regidor Juan Nepomuceno Almogabar y del síndico municipal Manuel Dublán y encarándolos el Obispo les espetó a quemarropa : “Recibí un recado de usted poco comedido y precisamente él me obliga a contestarlo, manifestándole que no reconozco en el yopito que gobierna Oaxaca, autoridad superior a la mía, y como consecuencia, no puedo ni debo tratar con él ni con su representante, el asunto que nos entrevista”.

El Secretario de Gobierno le replicó: “El que ha estado poco comedido con el representante del Gobierno oaxaqueño es usted que ha dado muestras del poco respeto que le tiene” y se retiró.

Enterado Juárez de la actitud del Obispo le mandó una carta con el siguiente texto:
“Comprendo bien, padre Obispo, que la fundación del Hospicio no se llevará a efecto porque el clero no soltará de sus manos los fondos que dejó el benefactor; pero sepa usted que si hoy aprovecha la preocupación religiosa, que le da superioridad, llegará un día en que esa ficticia superioridad de que hace usted alarde para despreciar al Gobierno, quede para siempre bajo la férula del Poder Civil que es como debe estar. Dios dé vida a usted para que lo vea, y a mí para que se lo haga notar”.

Vendrían posteriormente las Leyes de Reforma, pero el Obispo rebelde no las pudo ver porque murió unos años antes, en 1852.

*Fuente: Citado en Benito Juárez, Documentos, Discursos, Correspondencia. Tomo I, pp. 685-688

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