miércoles, 30 de enero de 2013

El misterio de las tumbas prehispánicas 1a. parte

Desde algún lugar de la sierra mazateca.

A pesar del sol matutino el viento es fresco y la visión panorámica de esta parte de la sierra es majestuosa.

Desde acá se pueden ver los cerros como nudos amarrados entre ellos y sus pueblos como en una postal con una gran variedad de colores verdes de todas las tonalidades, en las que se pierde el horizonte bajo un cielo azul surcado por gordas y blancas nubes.

Antes de entrar a esta parte de la comunidad, a lo lejos lo único que se escuchaba era el murmullo del radio de la tienda de doña Tere, donde nos proveímos de agua embotellada y unas golosinas para el camino.

El ambiente es tan sereno que hasta los perros dejaban de ladrar.

Cubierta por una masa espesa de matorrales, una pequeña entrada al nivel del piso, representa la entrada, literalmente a otro mundo.

Don José nos advierte: "Señores, entran ustedes bajo su propia responsabilidad, si hay un derrumbe intentaremos sacarlos, pero como ven, el pueblo más cercano está lejos. Pero si no se puede sacarlos, diré que no los hemos visto nunca, que nunca vinieron y que no sabemos dónde podrían estar."

Existe tanta firmeza en sus palabras que hasta el bello de los brazos siento que se erizan por el temor ante lo desconocido.

Todavía nos pide que lo pensemos dos veces, pero el lugar tiene magia, atrae. Algo hay porque existe una energía distinta que nos impulsa a meternos bajo las entrañas de la tierra. Hasta el paisaje se nota distinto, como de colores más intensos y hasta surrealista. En línea recta el pueblo más próximo estaría a unos tres kilómetros, pero acá no hay puentes para llegar en línea recta, por lo que el camino se hace más complejo y tardado.

Intentamos calmar a Don José, "No va a pasar nada." "Entraremos con mucho respeto y ya dentro, ofreceremos respeto si nuestra presencia perturba algo".

"Yo no le tengo miedo a los dioses" contesta Don José, "le tengo miedo a los nidos de serpientes traicioneras que se esconden por estos lugares..."

Yo miro a mis dos compañeros replicando---suplicando silenciosamente que reconsideremos---, pero no hay vuelta de hoja. El punto de retorno quedó lejos y sólo se nos permite ingresar en compañía de un vecino de la comunidad, amigo mío quien accedió a mis ruegos para conocer estas ruinas maravillosas que permanecen ocultas, y quien intercedió ante la autoridad para permitirme ingresar con mi invitado que porta un moderno y costoso equipo de fotografía y filmación. Sólo pasaremos el fotógrafo y yo, sin mochilas ni bolsas de ninguna especie. Los últimos extranjeros que visitaron esta zona, hace más de 30 años, saquearon piezas de jade, ídolos y otras extrañas piedras que recuerda don José, dejando únicamente picos y palas abandonas en el interior.

Don José ya está grande y cansado y no le interesa ingresar a un lugar que exploró durante su niñez y juventud, pero tiene la responsabilidad moral de cuidar y proteger porque es de sus ancestros.

El nos recuerda que hubo un hombre "letrado" que insistió mucho en ingresar a este lugar y posteriormente perdió la razón. Nos pide rezar un padre nuestro y nos da indicaciones para ingresar con precaución por el resbaloso piso a desnivel.

La lámpara de la cámara de filmar cae de su zapata y escuchamos el golpe con un sonido amortiguado por la humedad. Se apaga. La otra lámpara que traemos---como aprendices de arqueólogos aventureros--- es mucho más pequeña. Los teléfonos celulares que no reciben ninguna señal, desafortunadamente han agotado sus baterías.

Bajamos recostados unos dos metros.

Adentro, la pequeña lámpara logra iluminar parte de un salón de anchas y pesadas piedras de muros, columnas y lozas, más parecido a un templo horizontal de unos dos y medio metro de altura por una anchura y profundidad que me cuesta trabajo precisar por la falta de iluminación.

Huele a humedad y la respiración se hace más difícil. Noto que estamos sudando copiosamente.

Recuperamos la luz de la cámara, pero no enciende.

Hábilmente el fotógrafo empieza a disparar con la intención de iluminar con el flash, pero tampoco enciende. De la bolsa de su pantalón extrae una cámara de bolsillo que se resiste a encender. Seguramente los dioses se enojaron comenta, desde fuera escuchamos la voz de nuestro amigo el vecino de la comunidad que ha estado atento a nuestras peripecias y deja caer cuidadosamente dentro de una bolsa de plástico de golosinas su cámara personal.

Milagrosamente esa cámara sí puede obtener fotos.

(continuará)...













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