martes, 17 de enero de 2012

El secreto mejor guardado

Le decían "El Lic.".

Y no era broma.

Realmente el JG había estudiado derecho y litigó un tiempo antes de ser dominado por el alcohol, por un mal de amores.

Despechado porque la mujer con la que pensaba casarse se fue con otro, el JG no pudo soportar la presión y se dedicó a beber y a beber y a beber hasta que sólo y abandonado la muerte lo encontró sobre las viejas vías del tren que se ubican frente al mercado de abastos.

Lo conocí porque se ofrecía como cargador a los visitantes del Mercado de Abastos para ganar algún dinero para comprar su alcohol y ya estaba entrado en años.

Conservaba un sucio y raído saco y a veces, cuando el recuerdo lo inspiraba hasta se ponía un burdo pedazo de tela que algún día fue una corbata, que por lo general él la cargaba como cinturón. Y conservaba también una extraordinaria historia que podría ser el secreto mejor guardado.

Todo comenzó cuando en una de las usuales visitas al mercado de abastos él se ofreció a cargar parte de las bolsas de la despensa semanal.

Como generaba realmente lástima y su condición no era para huir con el mandado, se le aceptó el apoyo. De ahí hubo varios encuentros que se repitieron a lo largo de los meses, claro, cuando él estaba en juicio porque su deterioro mental era cada vez más visible.

Una vez se me cayó el periódico, dejando ver la nota roja que destacaba misteriosos e inexplicables suicidios en una comunidad serrana de Oaxaca.

El Lic recogió el periódico y se río con su desdentada boca y dijo más o menos lo siguiente en otras palabras: "Estas son puras mentiras. Ahí no se suicidan. Los obligan a ahorcarse porque es el castigo más severo que se les aplica a los que causan daño a la comunidad. Son usos y costumbres. Yo salí de ahí".

Pasaron los meses y los años y el Lic. ya no era capaz ni de levantarse. La última vez lo ví tomarse el contenido de un pequeño bote de alcohol del 96, mientras bailaba alegremente con la música de los puestos de discos piratas del mercado de abastos. En esa ocasión se quitó la corbata que llevaba como cinturón y hacía un nudo como para ahorcarse.

Nadie entendía aquél acto, excepto yo, porque ese era su secreto mejor guardado.















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