miércoles, 5 de octubre de 2011

Celos que matan

La cosa estuvo más o menos así.

José siempre creyó que su mujer lo engañaría algún día.

Por eso pensó que cuando ella empezó a trabajar, lo hacía más con el deliberado propósito de ocultar sus fechorías que realmente para contribuir al gasto familiar.

Aunque ella le recriminaba, que si él trajera suficiente dinero para satisfacer las necesidades básicas, ella no tendría necesidad de irse a trabajar.

Pero José imaginaba que ese no era realmente el motivo.

Cada día José alimentaba más la monstruosa idea de que su mujer lo engañaría y la prueba contundente fue cuando ella pasó de los pantalones ajustados a una minifalda con zapatillas altas para irse a su trabajo.

La tormentosa mente de José no pudo más y discutió con ella. Su esposa lo escuchó con enfado y le contestó que no tenía otra ropa para ponerse y que además, vistiéndose así elevaba su autoestima y es más, que si quería vestir como el quisiera que le comprara otras ropas.

Para colmo, ese día la esposa de José tuvo un contratiempo a la hora de regresar a su domicilio, derivado de unas de las múltiples manifestaciones sociales que cierran impunemente las calles de la ciudad, por lo que se le hizo tarde al caminar un largo trecho y buscar otro transporte público, los cuales, esa noche, venían repletos de ciudadanos enojados porque los manifestantes les afectaban su libre tránsito. El retardo estaba justificado.

Sin embargo, para José ese retardo era la prueba contundente de que su esposa lo engañaba y después de golpear la pared, de patear los trastos y de romper decenas de fotografías del álbum familiar, tomó un palo de béisbol, azotó la puerta de su domicilio, se tropezó en la oscuridad de la noche, por la furia y maldijo a todo mundo y se escondió detrás de un poste afuera de su vecindad para esperar a su esposa.

No tuvo que esperar mucho tiempo, cuando de la carretera vecina bajó de un camión una mujer de minifalda y zapatillas, acompañada de un hombre.

José identificó rápidamente a su rival de amores y sin mediar palabra empezó a insultar y a golpear primero a la mujer, y al retar a su rival, aquél huyó despavorido de ese lugar.

La mujer gritaba, pero José estaba hecho un energúmeno y no escuchaba nada. Una vez que satisfizo su furia arrastró a la mujer hasta el poste de luz y al verle el rostro se dio cuenta de que no era su esposa.

Sólo pudo decir: "¡Discúlpeme, la confundí con mi esposa!" y corrió a refugiarse a su domicilio.

Hoy José tendrá que responder ante la justicia porque sus celos, la confusión y los golpes que le propinó a su vecina, le provocaron a ella un aborto.

José es un nombre inventado, los nombres reales los publicó la prensa ayer, así como los hechos desde la perspectiva de la víctima.

En Oaxaca existe una alto índice de crímenes por celos.

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