domingo, 28 de junio de 2020

Oaxaca gay: los baños de vapor del centro













Los baños de vapor encierran muchas historias.

Además de servir para el aseo personal o las terapias, también son usados como habitaciones de motel donde abundan los actos prohibidos, la infidelidad, los encuentros casuales, uno que otro homicidio y hasta fallecimientos repentinos de personas.

En la ciudad de Oaxaca de Juárez ubico tres baños de vapor.

Cerca del periférico se encuentran los baños “La Fuente”, en la calle 20 de Noviembre.

También por el periférico, pero del lado contrario, están los baños “Colón”, en la prolongación de esa calle y que son frecuentados regularmente por parejas de empleados, estudiantes y algunos burócratas.

Este servicio se brinda de buena fe. Para entrar no se tiene que mostrar identificación oficial o acta de matrimonio, ni manifestar preferencias sexuales. Están dirigidos al público en general y la normalidad dicta que los baños de vapor son para bañarse.

Sobre la calle de Melchor Ocampo, a unas cuadras del zócalo, están los “Baños el Jardín”, a los que nunca había visitado.

Un día por curiosidad me planté frente al mostrador. Detrás de mí llegó un joven alto, robusto y de piel rosada y con un peinado como de niña con un chongo sobre la cabeza. 

Me incomodó su mirada en mi trasero. 

Con mucha seguridad pagó el importe exacto y subió por unas escaleras.

Mientras yo esperaba la información, el dependiente me miraba como tratando de recordarme. No. Esta era mi primera vez.

-   --¿Hay vapor individual? Pregunté.

Aclaró que solo había vapor general. Me ví mentalmente con una toalla en la cintura, indiferente a los demás usuarios, rodeado del vapor y saboreando una limonada con agua mineral, que es lo que se acostumbra en estos casos. Había que conocer el lugar.

Pagué la entrada y recibí una bolsa de plástico que contenía unas toallas blanquísimas.

“Suba por las escaleras, fondo a la derecha”, me dijo.

En el piso de arriba, por un  pasillo, están los sanitarios como caballerizas; en seguida una pequeña entrada a una antesala previa a los baños de vapor y un área con anaqueles para cambiarse y dejar las pertenencias.

Pegadas en las paredes había varias cartulinas con la leyenda: “Favor de depositar los condones en los cestos de basura”. 

Estaba confundido. No es usual que en unos baños de vapor para varones se hagan ese tipo de observaciones. 

Decidí no ingresar.

Iba a marcharme cuando de la antesala del área de vapor, de repente salió un señor como de ochenta años, flaco y completamente desnudo. Se detuvo frente a mí.

No pude evitar mi sorpresa y hasta cierta curiosidad científica. Por su parte, él me inspeccionó con una actitud cínica, sin ningún pudor y pareció concluir: “Este es nuevo” y se regresó.

En seguida salió un joven apuesto, de tez clara y cubierto con una toalla de la cintura para abajo. De perfil romano y con barba y bigote  cuidadosamente delineados. 

Caminaba con garbo y delicadeza. 

De unos veintitantos años, de mediana estatura y con una musculatura impresionante.

Me sonrió como si nos conociéramos y como si hubiéramos pactado encontrarnos ahí después de mucho tiempo.

Actué indiferente y serio y aquel joven visiblemente contrariado regresó al área de vapor.

Creo que era un día aburrido, pues el hecho de que los usuarios salieran a asomarse si había algo más en el área de cambiadores, revelaba su impaciencia.

Los pequeños mosaicos rectangulares de color azul de las paredes de los baños “El Jardín” me recordaron a los viejos baños de vapor de la Ciudad de México, en donde era común encontrarse a algunos luchadores, prostitutas, gays, delincuentes y uno que otro intelectual.

Entre ellos, una vaca sagrada de la literatura mexicana contemporánea, hoy fallecido, al que había conocido en la adolescencia, junto con otros amigos, en la Ciudad de México. 

Las pocas veces que lo tratamos siempre se portó respetuoso y además era estimulante leerlo, conversar con él y escuchar algunas de sus conferencias. Era un rockstar de la literatura, pues atraía a las multitudes.

Los amigos comunes comentaban que a ese escritor le gustaba asistir con frecuencia a los baños de vapor para mantener relaciones sexuales principalmente con policías, con albañiles y con cargadores de la Merced. Por lo general tipos atléticos que debían su musculatura a las rudezas de su trabajo y a los que apodan “chacales”, por ser homosexuales o bisexuales activos.

Imagino que el literato llegaba con total naturalidad a un lugar como éste y que le asignaban un privado en donde se encontraría con su pareja.

La persona responsable de esa área de los baños de vapor apartaba con puntualidad el privado más discreto. 

Aunque sabía que el escritor no era muy exigente con el servicio, se esmeraba en ofrecerle un lugar muy limpio, con las mejores toallas y las limonadas muy frías con el vaso debidamente escarchado de sal, en parte por el nivel del usuario y también porque el maestro era muy generoso con las propinas.

En el vapor, el escritor y su pareja se miraban sonrientes  como si fueran viejos conocidos. porque la sonrisa rompe el hielo, da confianza y es como un silencioso pacto de discreción y complicidad.

Aunque el intelectual y el bárbaro se igualaban en sus naturalezas básicas, en realidad no eran iguales. En ese tipo de relaciones siempre hay un dominante y un dominado. 

Para el maestro aquel sujeto no era más que un juguete sexual sustituible, pero necesario; mientras que para el chacal, el maestro representaba un esclavo del deseo como cualquier otro y  la posibilidad de exprimirle una buena propina.

Después del saludo riguroso que debía satisfacerse con un “¡Hola!” informal, tal vez el maestro le preguntaba su nombre y aquel le respondía: “Llámame como te guste”. 

Entonces el escritor lo miraba, no con la lupa analítica del anatomista, con la que diseccionaba el acontecer del cuerpo social para redactar sus crónicas, sino con los ojos del goloso que saborea un pastelillo antes de devorárselo y le decía, “te bautizo con el nombre de Zeus”.

El fortachón se reía, creyendo que ese era un nombre de jabón, como el que tiraría al piso después a cada rato en medio del vapor.

Luego, el maestro le decía “¡Ay, qué músculos! ¿Son de verdad?” Mientras el Hércules de barrio modelaba los bíceps y algo más para impresionarlo: “Pos toque usté pa´ comprobarlo, ire.”

El escritor tenía una imaginación prodigiosa y en un momento como ese debió derrochar el caudal de deseos construidos y repimidos de donde probablemente se le  ocurrió el título ese de pudor y liviandad.

Al inicio el chacal se esfuerza con nerviosismo, aunque no conoce su obra, por los rumores sabe que está ante un intelectual importante y mentalmente exigente, pero que se reducía en ese momento a un ser abandonado a los sentidos carnales, donde lo que menos importa son las ideas.

Luego el fuego derretía esos metales distintos para fundirlos momentáneamente en uno solo, en esa misteriosa alquimia del deseo.

Habiendo concluido su encuentro, prefiero imaginarme que el escritor despedía a su pareja.

Solitario ahora, el maestro  disfruta del vapor, se baña con meticulosidad para desaparecer cualquier resto del pecado. 

Abandona gradualmente su estado vegetativo y recupera su capacidad analítica. Ese acto y el baño lo estimulan intelectualmente, las ideas se desbordan. Se le ocurren algunos temas, que escribe con agilidad en su inseparable libreta. 

Al poco rato saldría como cualquier usuario de los baños de vapor, pero con la satisfacción del placer cumplido.

Medio en serio, medio en broma, se comentaba de su  poder de convocatoria entre los chacales del quinto patio,  porque era una reivindicación de clase no ser tan culto y someter a tan distinguido escritor. “Mire, jefe. No sé leer ni escribir, pero a ese intelectual yo le ganaba los debates en los baños de vapor, je, je, je.”

A diferencia de otros escritores gay, él siempre trataba de ocultar su vida privada.

Evocando todo esto, determiné que estaba en el lugar equivocado.

Me dirigí a las escaleras que llevan a la planta baja y vi que el joven alto y robusto del chongo en la cabeza me miraba de pie desde el sanitario, como tratando de decirme algo.

Bajé lo más rápido que pude y poniendo mi bolsa de plástico sobre el mostrador le dije al dependiente: --Disculpe, creo que me equivoqué, busco un vapor individual.

Amablemente me contestó: “Le estoy diciendo que solo hay vapor general” y mientras vaciaba la bolsa de plástico sobre el mostrador, revisó las toallas y sábanas que estaban cuidadosamente dobladas e intactas y también salieron dos condones, que yo no había visto.

Sin ánimo de que me regresara el costo de la entrada le pregunté: “¿Este vapor es para gays?” El señor detrás del mostrador se irguió y con voz firme y directa me esclareció lo que sentí como una reprimenda: “Aquí no se discrimina a nadie”.

Le contesté que yo soy respetuoso de las preferencias sexuales de los demás, solo que me había equivocado al venir aquí---como lo confirmaría después por internet, en el que se  clasifica a estos baños de vapor como un punto de encuentro de gays--- y dándole las gracias me di la vuelta rumbo a la salida, pero el señor me llamó: “Tenga la devolución de su dinero”, aunque no lo esperaba se lo recibí y reiterándole las gracias, me marché.

18 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Iniciaste con los baños de Oaxaca y terminaste quien sabe donde.
    Que incoherencia tu texto.

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  3. Alguien más recomienda un buen lugar

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  4. Alguien que quiera acompañáis un rato de baño caliente ando en el centro de oaxaca

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    1. Hola 9511742947 guasap

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    2. por cierto no vayan a los "vapores el jardín" carísimos, y nada de ambiente, además fríos, y horribles...

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  5. Que tan recomendable y seguro es el lugar

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  6. 5638451173 vivo por plaza bella busco activo

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