Así se percibe.
El crecimiento del crimen organizado y en algunos casos su
penetración en las altas esferas de los gobiernos, el incremento de la pobreza,
el aumento de la deuda externa y la ingobernabilidad configuran un panorama que
llaman a replantearse el papel de las entidades federativas.
Para nadie es extraño que la tendencia del federalismo
mexicano a principios de este siglo XXI es hacia una concentración del poder sin
límites en el ámbito del ejecutivo federal, en el que los poderes legislativo y
judicial actúan como meros legitimadores del quehacer del poder ejecutivo, que
perfila un centralismo de facto.
De manera paralela, el poder central asume las tareas
principales de combate al crimen, combate a la pobreza, atención a problemas
estructurales, que deberían de resolver las entidades federativas.
A fin de
cuentas, estas acciones no son sino otra forma de concentrar.
Las soberanías locales cometen muchos excesos, amparados en
la discrecionalidad de sus pequeños feudos. Sus poderes locales están subordinados
a los ejecutivos locales y legitiman las instrucciones que reciben del centro.
No hay responsabilidad ni creatividad de gobierno.
Las entidades federativas están bien en su zona de confort
con una evidente parálisis de gobierno, tal vez haya excepciones, pero no han
trascendido.
En el fondo de todo esto se multiplica la inequidad, la
pobreza y el crimen.
Cuando un gobierno de cualquier nivel abandona su misión
fundamental, que es representar los intereses de la población, ya no tiene
razón de ser.
En un contexto de esta naturaleza se generan las condiciones
para que actores emergentes abanderen las causas de los excluidos, surgirán múltiples
salvadores de la patria, pero pocos realmente tendrán la visión de lo que se
necesita resolver.
Todo apunta a un escenario en el que se polarizan las
principales fuerzas antagónicas.
Y mientras, ¿qué hacer?
Hay que retomar el camino del federalismo real.
Los estados y sus gobernantes tienen que demostrar que no
sólo están de adorno.
Se tiene que favorecer una coordinación intergubernamental
que sea incluyente, en la que se escuchen las propuestas y se vean las acciones
de los gobiernos locales.
Hay que salvar al federalismo o de plano convertirnos al
centralismo.
No son tiempos para el cinismo.
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