II
La preparación del líder
Al liderazgo de Benito Juárez le
favoreció, su inteligencia natural, su disposición por el aprendizaje y su
rigurosa y permanente disciplina por el conocimiento y sobre todo, el abanderar su causa con los más elevados valores.
Benito Juárez fue un hombre inteligente y
preparado, justo y honesto.
Suena a Perogrullo mencionar esas
cualidades ampliamente reconocidas en el liderazgo de Juárez, pero es importante
destacarlas porque hasta los doce años de edad, Benito Juárez era un niño
indígena campesino, analfabeto y monolingüe, que vivía en pobreza extrema y que decidió escapar de
la sierra para retar al destino.
Juárez escapó de la casa de su tío porque
lo había reflexionado y planeado con anticipación. Fue una huída que, podríamos decir, representa el parto de la sierra, que
expulsa a su hijo preclaro para que nazca a la vida y derroche en ella sus virtudes.
Ese acto de audacia y de arrojo es una de las primeras muestras
del liderazgo del niño Juárez, por el que decide traspasar sus límites, con suficiente valor para
vencer y enfrentar sus temores y la sana ambición para romper el conformismo asfixiante
y determinista de la miseria.
Una vez que llegó a Oaxaca estuvo un par
de semanas cuidando la huerta familiar de Antonio Maza, donde servía su hermana
mayor María Josefa.
Maza, un hombre bueno, pensó que podría
apoyar más al pequeño indígena si lo acercaba con uno de sus amigos, Don
Antonio Salanueva, que ejercía de encuadernador.
Juárez se instaló formalmente en la
ciudad de Oaxaca en enero de 1819 en la casa de Salanueva, un hombre cristiano
y devoto, que a los pocos días de hospedarlo, lo llevó a confirmar.
Si Juárez no conoció a sus padres y su
experiencia con su tío Bernardino no le ofrecía mayor horizonte---porque
Bernardino le dio todo lo que pudo, que fue iniciarlo en las primeras letras,
despertar su interés por el idioma español y motivarlo a estudiar, pero sin
dejarlo ir a la Ciudad, tal vez por no querer separarse de él---, es
indiscutible que la relación que llevó con Salanueva, su padrino, pudo ser lo
más parecido a la relación padre-hijo, que lo acercó a los libros y lo apoyó de
manera decidida, como un mentor, a lo largo de su formación profesional.
Salanueva es el encuadernador en una
ciudad que forma parte del circuito del imperio español y por ese motivo podía
tener contacto con libros que llegaban de Europa y de Estados Unidos, tanto de
manera legal como de manera ilegal, pese a las prohibiciones de la Corona
y gracias a la corrupción de las aduanas.
Además las principales ciudades del
virreinato ya eran beneficiadas de la producción bibliográfica de la primera
imprenta en América, que radicó en la ciudad de México.
Por eso no es extraño que los libros que
leyera el Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo y Costilla y los prohombres
que lo secundaron, fuesen también aquellos títulos disponibles para las capas
educadas de la sociedad novohispana que inspirarían, conjuntamente con las
contradicciones de la época, el mismo sentimiento independentista y libertario.
Salanueva no sólo le abrió las puertas de
su casa al indigente analfabeto de mente brillante, de manera principal le abrió las
puertas al conocimiento y con especial esmero, le fomentó el amor por los libros, amor
que Juárez sólo pudo interrumpir con la muerte.
Al inicio Salanueva decidió lógicamente
que teniendo un ahijado indígena con grandes deseos de aprender, en una
sociedad donde imperaba el poder de la iglesia, éste debería ser sacerdote y
con ese fin lo inscribió en la primaria, en la todo se reducía a saber leer, escribir y
aprenderse de memoria el catecismo del padre Ripalda. Evidentemente, esa educación era tan
mala que el niño Juárez solicitó a su tutor Salanueva que lo cambiara a una mejor escuela.
Salanueva inscribió a Benito Juárez en la
Escuela Real donde dividían a los niños “decentes”--- hijos de españoles, que
eran atendidos con esmero por el profesor--- de los niños “pobres”--- indígenas
que eran atendidos por un ayudante---. Al evaluarse Benito Juárez para ser
reubicado en el grado que le correspondía, presentando orgullosamente su
esforzado trabajo al auxiliar del profesor, es severamente regañado y castigado
por su manejo incipiente del idioma
español y su escaso dominio de la escritura.
Este acto marcó profundamente la
personalidad de Juárez, porque se trató de la primera de muchas injusticias que
sufrió en carne propia y que eran comunes a la mayoría de la población indígena
y pobre de Oaxaca. Las injusticias, en lo futuro, permitirían a Juárez identificar e impulsar los valores que lo caracterizaron como un hombre justo y honesto.
El niño Juárez se decidió a abandonar la
escuela, se volvió autodidacta durante unos cuatro años y luego ingresó, por
sus deseos de aprender y no tanto por su interés religioso, al Seminario. Allí obtuvo a lo largo de cinco años
las más altas calificaciones y menciones honoríficas.
Justo cuando se le
terminaba el tiempo para optar por la carrera eclesiástica, y siempre con la
complicidad y el apoyo de Don Antonio Salanueva, ingresó como alumno al Instituto de Ciencias y Artes que habían creado recientemente los liberales, como una opción de educación ante la decadencia de las instituciones del poder eclesiástico.
Benito Juárez obtuvo ahí el grado de
bachiller en derecho, en 1830, y se tituló como abogado ante la Corte de
Justicia del Estado en 1834, siempre con los más altos honores de
reconocimiento académico por su dedicación al estudio, su disciplina en el
aprendizaje y sobre todo, su convicción para combatir las injusticias, que le
abrirían de manera natural una exitosa carrera en la academia, en el foro y en
la administración pública.
El Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, sería asimismo el semillero fecundo de librepensadores que compartían valores y objetivos comunes en defensa de la patria, la libertad y la justicia, que conformaban un ambiente propicio para la creación de nuevos liderazgos.
(Continuará...)
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