Se creen muy listos.
Parecen gente normal, pero sólo es la apariencia.
Abundan como cofradía de perversas intenciones.
Su modo de operar es la chapuza, en su acepción de estafa; la tranza, en su significado de robar con engaños; el asalto en despoblado, con florilegio y descarado discurso.
Cuando uno les señala sus debilidades, se vuelven hipersensibles. Desechan escandalosamente cualquier duda sobre su honorabilidad y se indignan profundamente por ese tipo de insinuaciones.
Es corrupto el de cuello blanco-que roba millones-, como el pichicato-que se conforma con migajas-. Pero su modo de operar es siempre el mismo, robar poco a poco, pero sin límite.
Su ego se alimenta de hazañas graduales: si le sale bien una vez, lo repetirá; si le sale bien otra vez, irá incrementando progresivamente hasta llegar a justificarlo como un mérito a su osadía, y así continuamente hasta que perezca bajo el peso de su desmedida ambición.
El ingenio necesario para cometer sus fechorías les obnubila la realidad y fijan su horizonte en la cortedad de su filosofía: "el que no tranza no avanza".
De ahí, que si tiene una carrera profesional o estudios, el acto de corromper se vuelve más importante que su propia formación, es la vocación al servicio del fraude. Lo mismo si ocupa un puesto público: es el empleo al servicio de la tranza.
El cinismo se vuelve su lenguaje universal de la mediocridad: "Sin que nadie se dé cuenta, yo te ayudo y tú me ayudas". ¿Realmente ayuda el que pervierte? ¿Es eficaz, en educación por ejemplo, que un maestro venda calificaciones a los estudiantes, o que acose sexualmente a una alumna a cambio de acreditar una materia?
De la misma manera, es corrupto el que, sin tener la capacidad o la competencia para prestar determinado servicio, lo usurpe impunemente con engaños y mentiras.
En este caso, ese señor o señora no es maestro, es un simple vendedor que se ha equivocado de carrera y de lugar; primero, porque el noble acto de enseñar, no se puede reducir a una simple operación de reconocer conocimientos a través de las propinas, y en segundo lugar, porque las instituciones educativas no son negocios personales.
La corrupción en educación es fuente de inequidad, porque desvía el fin de las instituciones y es fuente de injusticia, porque reconoce mérito a quien no lo ha ganado.
¡Pobre sociedad, pobres maestros y pobres alumnos que se prestan a este mediocre acto de comprar reconocimiento!
El que lo vende, es antipedagogo; el que lo compra, entierra su futuro, porque ostentará algo muerto e inmerecido, como una cadena en su vida con un eslabón podrido que reventará en cualquier momento.
Hay un efecto que no es menor y que como karma perseguirá al corruptor: su calidad humana en la sociedad, que no pasa desapercibida y que mancha su progenie porque el día de mañana algunos dirán, "¡Cuidado con ese porque es hijo o hija de fulano de tal!" o "Mira, de tal palo tal astilla."
Y sus actos serán su tarjeta de presentación.
La gente honesta tiene un futuro mejor, porque defenderá con aprecio lo poco que haya ganado con esfuerzo, de la misma manera que reconocerá legítimamente a quien haya logrado algo con su propio sudor y sobre todo, tendrán la autoridad moral para rechazar y señalar la deshonra del que corrompe a la juventud y destruye a la sociedad.
Nunca toleres a un maestro corrupto.
Parecen gente normal, pero sólo es la apariencia.
Abundan como cofradía de perversas intenciones.
Su modo de operar es la chapuza, en su acepción de estafa; la tranza, en su significado de robar con engaños; el asalto en despoblado, con florilegio y descarado discurso.
Cuando uno les señala sus debilidades, se vuelven hipersensibles. Desechan escandalosamente cualquier duda sobre su honorabilidad y se indignan profundamente por ese tipo de insinuaciones.
Es corrupto el de cuello blanco-que roba millones-, como el pichicato-que se conforma con migajas-. Pero su modo de operar es siempre el mismo, robar poco a poco, pero sin límite.
Su ego se alimenta de hazañas graduales: si le sale bien una vez, lo repetirá; si le sale bien otra vez, irá incrementando progresivamente hasta llegar a justificarlo como un mérito a su osadía, y así continuamente hasta que perezca bajo el peso de su desmedida ambición.
El ingenio necesario para cometer sus fechorías les obnubila la realidad y fijan su horizonte en la cortedad de su filosofía: "el que no tranza no avanza".
De ahí, que si tiene una carrera profesional o estudios, el acto de corromper se vuelve más importante que su propia formación, es la vocación al servicio del fraude. Lo mismo si ocupa un puesto público: es el empleo al servicio de la tranza.
El cinismo se vuelve su lenguaje universal de la mediocridad: "Sin que nadie se dé cuenta, yo te ayudo y tú me ayudas". ¿Realmente ayuda el que pervierte? ¿Es eficaz, en educación por ejemplo, que un maestro venda calificaciones a los estudiantes, o que acose sexualmente a una alumna a cambio de acreditar una materia?
De la misma manera, es corrupto el que, sin tener la capacidad o la competencia para prestar determinado servicio, lo usurpe impunemente con engaños y mentiras.
En este caso, ese señor o señora no es maestro, es un simple vendedor que se ha equivocado de carrera y de lugar; primero, porque el noble acto de enseñar, no se puede reducir a una simple operación de reconocer conocimientos a través de las propinas, y en segundo lugar, porque las instituciones educativas no son negocios personales.
La corrupción en educación es fuente de inequidad, porque desvía el fin de las instituciones y es fuente de injusticia, porque reconoce mérito a quien no lo ha ganado.
¡Pobre sociedad, pobres maestros y pobres alumnos que se prestan a este mediocre acto de comprar reconocimiento!
El que lo vende, es antipedagogo; el que lo compra, entierra su futuro, porque ostentará algo muerto e inmerecido, como una cadena en su vida con un eslabón podrido que reventará en cualquier momento.
Hay un efecto que no es menor y que como karma perseguirá al corruptor: su calidad humana en la sociedad, que no pasa desapercibida y que mancha su progenie porque el día de mañana algunos dirán, "¡Cuidado con ese porque es hijo o hija de fulano de tal!" o "Mira, de tal palo tal astilla."
Y sus actos serán su tarjeta de presentación.
La gente honesta tiene un futuro mejor, porque defenderá con aprecio lo poco que haya ganado con esfuerzo, de la misma manera que reconocerá legítimamente a quien haya logrado algo con su propio sudor y sobre todo, tendrán la autoridad moral para rechazar y señalar la deshonra del que corrompe a la juventud y destruye a la sociedad.
Nunca toleres a un maestro corrupto.
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