En la esquina de Arteaga y Bustamante, a un par de cuadras de la catedral de la Ciudad de Oaxaca, se había acumulado el agua de las lluvias. Era un charco negro y pestilente en medio de la calle que tiene una intensa circulación vehicular. Los automóviles y los camiones del transporte público hacían una sola fila evadiendo aquel charco porque el cuello de botella lo causó un hombre afectado de sus facultades mentales que estaba sentado en medio de aquella cloaca pestilente, tomando esa agua sucia con sus manos.
Melenudo, de abundante barba, regordete, descalzo y sin camisa y con un pantalón roto que mostraba sus partes nobles y negro y sucio como su piel tostada por el sol y costrosa de mugre, se divertía en el centro de ese charco como si se tratara de un niño divirtiéndose en una alberca o tomando agua de un manantial.
Era imposible moverlo de ahí o instarlo a que no bebiera de esa agua sucia. La mayoría de la gente pasaba indiferente y algunos preferían evadir rápidamente aquel triste espectáculo. En realidad es muy difícil soportar aquello. De la lástima pasas al asco y luego a la frustración por no poder hacer nada, te sientes culpable y huyes.
Después ya no se le ha visto. Es probable que no haya sobrevivido a las consecuencias de beber de esas aguas venenosas.
Ver a las personas con discapacidad mental deambulando por las calles de la Ciudad de Oaxaca es común y pareciera que siempre han estado allí formando parte del paisaje urbano. Se disputan el espacio público contra los migrantes, pepenadores y gente en condición de calle que se apropia de las banquetas en la noche.
Como en ningún otro lugar, Oaxaca de Juárez ofrece al turismo su belleza arquitectónica, sus tradiciones, gastronomía, artesanías y el espectáculo de la gente con capacidades mentales diferentes que deambulan como fantasmas por las calles.
Hace algunos años, en una reunión nacional de presidentes municipales, el entonces presidente de la ciudad de Oaxaca comentó que él vio cómo algunas personas con estas características eran abandonadas cerca del centro de la ciudad de Oaxaca por sujetos que conducían una camioneta con placas del vecino estado de Puebla.
Un tiempo después comenté esta situación con un amigo funcionario del gobierno del estado y él aseguró que podía contar con los dedos de una mano las personas en esa condición salud mental que eran oaxaqueños y hasta se sabía los apellidos de sus familiares. Pero que el resto, no sabía de dónde salían.
Los principales lugares por donde se les ve son el centro histórico de la ciudad de Oaxaca, los espacios públicos como jardines y el mercado de Abasto.
Allí en la zona del marcado de Abasto deambula una señora como de cincuenta años que se pasea en completa desnudez buscando de comer entre los desperdicios de la basura. Aunque le han obsequiado algunas prendas para vestir, nunca las usa y las tira. Duerme en los camellones o cerca de los montones de la basura.
En el centro histórico es común encontrar a un señor como de setenta años, con calvicie pronunciada, cuya característica principal es que no tiene control de esfínteres y se pasea con la suciedad en sus desnudas piernas y con el mal olor.
Hay varios adultos. Algunos emprenden caminatas insólitas por las carreteras, bajo el sol inclemente y sin rumbo fijo.
Por la carretera de Oaxaca a Mihuatlán en una ocasión ví a un extranjero, descalzo, alto, rubio, barbado, con ropa sucia y rota y con visible afectación de sus facultades mentales, preguntando a los vecinos del lugar comentaban que se trataba de un turista que se "perdió" por el consumo de hongos alucinógenos.
Otro día, afuera del mercado de la Merced de Oaxaca de Juárez(que nada tiene que ver con su homónimo de Ciudad de México) una señora que estaba sentada en el piso junto a unos trastos viejos me preguntó por su hijo, instintivamente contesté "Disculpe, no sé" y luego reparé que la señora tenía una condición mental diferente, no debí responder porque enseguida ella comenzó a gritar "¡Tú te lo llevaste! ¡Devuélme a mi hijo! ¡Ay, mi hijo, mi hijo!" Y me alejé desconcertado y temeroso.
No hay un padrón de personas con discapacidad mental en situación de calle.
Aunque por sus capacidades diferentes debieran ser motivo de políticas públicas de atención especial, a nadie les importan.
La tragedia de su situación de salud mental se incrementa con la tragedia de una sociedad que no puede hacer mucho, más que las muestras humanitarias de obsequiarles algunas prendas para tapar su cuerpo o brindarles de comer o dejarlos pasear por las calles para que disfruten su libertad física y mental; en tanto que para los gobiernos, esta gente no existe.
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