Es
enero del 2010.
Oaxaca
disfruta vientos frescos en la política local y las expectativas de la
alternancia en la gubernatura generan una sensación promisoria de cambio
social.
Al
menos esa era la idea que cruzó por la mente del contador público Carlo Magno Ochoa
Arellano, el ex agente municipal de Cinco Señores de la ciudad de Oaxaca de
Juárez, mientras hacía antesala en la oficina del nuevo secretario de administración
para conseguirse un empleo.
Tras
una breve espera pasó al amplio despacho del secretario y lo primero que llamó
su atención fue una pintura al óleo de Don Benito Juárez que, sobre un mueble
de fina madera, parecía esperar un lugar para ser reubicado.
“Ya
somos dos”, pensó con ironía Carlo Magno, mientras el secretario de administración
iba directamente al tema: “Ya te conseguí un trabajo en el que vas a estar bien,
con un sueldo bueno y una gran tranquilidad porque allí no se hace nada: te vas
como Director del Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado, allá no hay
nada que hacer” y le firmó su nombramiento.
La
noche antes de asumir como nuevo director, Carlo Magno soñó que ingresaba en un
gran edificio moderno, pero que al subir las escaleras ese edificio se
convertía en un estrecho inmueble en ruinas y con escaleras peligrosas y
truncas. Bajo sus pies se abría el vacío y por el vértigo y el temor, él no se
atrevía a brincar para alcanzar el piso firme de la oficina siguiente en cuyo interior
se encontraba abandonado en medio de un enorme charco de lodo, un cuadro con la
figura de Benito Juárez.
Ese
sueño no lo recordaría sino hasta dos horas después de tomar posesión de su
cargo y que luego se convertiría en una pesadilla recurrente durante muchos
meses en su calidad de director del Archivo.
Nada qué hacer
El
Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado se ubica en los anexos del ex
Convento del templo de los Siete Príncipes, construido en la segunda mitad del
siglo XVIII, en la calle de Santos Degollado al sur de la ciudad capital.
El
templo de los Siete Príncipes sigue en funciones; las instalaciones que fueran
del Convento de las Hermanas Capuchinas de Oaxaca, albergan desde 1963 a la
Casa de la Cultura Oaxaqueña, por obra del gran periodista y promotor cultural Don
Néstor Sánchez. Los anexos del ex Convento, detrás del templo católico
funcionan como la sede del archivo del Poder Ejecutivo desde 1977.
En
su primer día como Director General del Archivo, Carlo Magno llegó puntual a su
oficina y se asombró de la extraordinaria cantidad de polvo que cubría muebles,
paredes y pisos y sobre todo, de los legajos de documentos amontonados y
olvidados sobre su escritorio y otros tantos paquetes apilados en los pasillos
de su oficina.
Antes
de poder preguntar por los responsables del aseo, el personal del Archivo invadió
prácticamente su oficina, a la manera de quienes encuentran un intruso
infraganti. Allí estaban las y los delegados sindicales, el personal
administrativo, el personal técnico especializado, los del servicio de limpieza
y todos ellos lo miraban como a un extraño y con una actitud hostil.
Mucho
más adelante Carlo Magno sabría que ese recibimiento a los nuevos directivos
era normal en el Archivo porque la mayoría de los funcionarios que llegaban a
encabezarlo no se involucraban, se ausentaban con bastante frecuencia,
mostraban indolencia y había sospechas de que algunos sustraían documentos históricos.
El
nuevo director quiso saludar de mano a todo el personal, pero éstos se cruzaron
de brazos, por lo que volvió a su sillón y tomó la palabra: “Buenos días
compañeros, mi nombre es Carlo Magno Ochoa Arellano, soy contador público y es
para mí un gran honor aceptar la invitación que me hizo el señor Gobernador
para dirigir esta dependencia.”
Les
ofreció que se presentaran, pero todos permanecieron en silencio y solo miraban
con indiferencia al funcionario en medio de un pesado y tenso ambiente. Como
tampoco se movían, el director tomó la iniciativa y pasando un dedo sobre el
empolvado escritorio y mostrándoles el polvo en la yema de su índice les dijo:
“yo creo que aquí hay mucho trabajo por hacer”.
Una
delegada del personal sindicalizado dio un paso al frente, tomó un legajo de
documentos del escritorio y lo levantó en alto y dijo: “Pues usted debería de
saber que aquí no hay nada que hacer porque no se puede hacer ¡nada!”, al
tiempo que dejaba caer los papeles sobre su mismo lugar, lo que levantó una
enorme nube de polvo sobre el rostro del director.
Carlo
Magno tomó el mismo legajo de documentos y levantándolos también en alto dijo:
“Pues yo creo que sí podemos hacer ¡mucho!”, al tiempo que los dejaba caer
sobre su mismo lugar, lo que generó más polvo en dirección de la delegada.
La
delegada tomó nuevamente el legajo de viejos documentos, los volvió a levantar
y le inquirió: “Entonces, usted díganos, ¿qué podemos hacer?” dejando caer
pesadamente aquellos expedientes que levantaron otra densa nube de polvo que
empezó a invadir el espacio de la dirección.
Esa
escena, por sí misma chusca, invitaba a la risa, pero ni siquiera inmutó a los
trabajadores, que por el contrario, mantenían una actitud seria y grave.
Entonces, Carlo Magno levantó el mismo grupo de documentos y mientras decía
““¡Pues por lo menos podemos hacer polvo!” los dejó caer con más fuerza.
La
inmensa nube de polvo provocó que algunos empleados tosieran y todos empezaron
a salir de la oficina del director,
dejándolo en medio de aquella polvareda, con la boca seca y un fuerte sabor
amargo y sobro todo con un pesado sentimiento de frustración.
Carlo
Magno recordó entonces las palabras del secretario de administración: “Allí no
se hace nada” y con mucho coraje se dijo para sí mismo, “Pues si no se hace
nada, ¡que no se haga nada! voy a ser igual que la mayoría de los que se han
sentado aquí; voy a disfrutar mi beca y lo demás ¡que se lo cargue el diablo!” y
girando su sillón hacia una esquina de su despacho, descubrió que detrás de un
montón de papeles amarillentos amarrados con un hilo de algodón, se asomaba
parte de un cuadro con el rostro de un hombre que le estaba siendo familiar y
que lo miraba con cierto asombro e incredibilidad: Don Benito Juárez.
Carlo
Magno sintió escalofrío. La mirada penetrante de Juárez parecía que lo juzgaba
y le reprochaba algo y repentinamente recordó el sueño que había tenido la
noche anterior. Volvió a ver todo todas
las imágenes oníricas y sintió la angustia por no poder alcanzar el piso para
levantar el cuadro de Juárez del charco de lodo.
Repentinamente,
saltó de su sillón y levantó el cuadro de Juárez, y lo recargó en los legajos
de documentos sobre su escritorio. Inclinó la cabeza en signo de respeto y le
ofreció disculpas al Benemérito, pensando que había blasfemado. Miró a su
alrededor y su mente de contador hizo un rapidísimo inventario de la situación y
de pronto, como si hubiera encontrado algo que andaba buscando sonrió hacia
Juárez con complicidad y lleno de energía dijo en voz alta: “¡Cómo que no hay
nada qué hacer!”
Por
lo menos ese día desapareció el polvo de la oficina, los documentos se apilaron
ordenadamente en otro espacio y el cuadro de Benito Juárez encontró lugar en la
pared principal detrás del director. Obvia señalar que Carlo Magno regresó a su
casa irreconocible por el polvo y la suciedad y con un tremendo cansancio que
lo hizo dormir como piedra.
El día más
triste
En
su segundo día como director, el contador Ochoa Arellano era lo más parecido al
hombre invisible, recorrió las instalaciones, saludó al personal, pero solo
algunas personas le regresaban de mala gana el saludo. Observó durante un rato
el movimiento en la sala de consulta del archivo donde algunos visitantes,
investigadores y estudiantes consultaban documentos.
El
Archivo es de esas instituciones en que puede faltar el director y ésta sigue
su marcha, pero eso no es un signo de normalidad, sino de algo mucho más grave
que se oculta en su interior, pero al nuevo director ese ambiente le pareció
normal y ordenado.
Miró
con satisfacción al personal técnico que vestidos con batas, cubrebocas y
guantes saneaban algunos viejos documentos. Allí estaba la delegada, detrás de
un escritorio con varios catálogos de ropa y calzado, de los que se venden en
abonos, junto a una vieja máquina de
escribir y con unas vasijas de plástico con alimentos y un jugo de naranja. La
delegada lo miró con sorna y descrédito y él pudo apreciar con toda claridad en
el escritorio, que el polvo no le era ajeno a la delegada.
Incómodo,
pero no vencido, Carlo Magno le solicitó al jefe del archivo que le mostrara
los almacenes donde se encontraba el archivo histórico. El encargado le dijo
que le podía abrir la puerta, pero que ahí nadie entraba por las malas
condiciones del lugar: humedad, hongos, roedores, muebles en mal estado y la
amenaza de derrumbes.
El
director sonrió, pensó que esas personas exageraban pues ya habían fijado su
postura, ya había recorrido el área de atención a usuarios y todo parecía
normal, pero nunca imaginó que esa área de atención al público solo era la
punta visible de un extraordinario iceberg que ocultaba seis toneladas de
documentos históricos a punto de irse a la basura.
Sin
sospechar siquiera el desafío al que se enfrentaba, Carlo Magno ingresó a las
oscuras bodegas, en las que ni siquiera había luz y la escasa iluminación
filtrada por grietas en los techos no alcanzaba a iluminar los pasillos. El
olor a humedad y a orines de gatos lo invitaban a abandonar aquel lugar.
Buscó
a tientas los encendedores de los focos, pero sólo una vieja bombilla de
sesenta watts en la entrada le permitió ubicarse en medio de una enorme sala
con cientos de cajas apiladas debajo de plásticos que los protegían de las
filtraciones del agua de lluvia.
Los antiquísimos muros del lugar tienen
fisuras que pareciera que se van a caer de un momento a otro; partes del techo
de esa nave con enormes horcones a punto de derrumbarse y un olor infernal a
humedad penetrante e insoportable.
Vencidos
archiveros de metal y de madera a punto de venirse para abajo se sostenían de
milagro en algunas paredes, mientras de sus saturados espacios escurrían
documentos amarillentos y arrugados, como un arroyo de papel. No se podía
caminar siquiera entre esos pasillos llenos de cajas rotas y también de
documentos apilados y amarrados burdamente con mecates.
Los
archiveros que ya se habían vencido por efecto de los sismos y el descuido
habían generado pequeñas montañas de documentos históricos que formaban un
paisaje surrealista. Era increíble que la historia documental de los
gobernadores de Oaxaca desapareciera bajo la indiferencia del propio estado y
de su principal resguardante, el Archivo General.
“Está
cabrón”, dijo Carlo Magno, “esto es un auténtico basurero. Ni en diez años se
podría ordenar todo esto y ni en 30 años se podría rescatar.” Derrotado se
sentó sobre unas cajas amontonadas, deseando que no fuera a aplastar a algunas
ratas. “Se me hace que aquí no hay nada que hacer, definitivamente” pensó.
Al
azar estiró la mano y tomó el primer documento que encontró y con apoyo de la
luz de su teléfono celular pudo leer que se trataba de una Real Carta de Provisión del Rey de España emitida en 1777, rápidamente estiró la mano y tomó otro documento que leyó y contuvo la respiración, se trataba de un documento firmado por Don Benito Juárez en su calidad de Síndico del Ayuntamiento de Oaxaca.Se incorporó de un salto. Tenía entre sus manos un documento
original que había pasado por las manos de don Benito Juárez y que estaba allí
como un simple desecho.
Miró
entonces a su alrededor. Cuánta documentación importante yacía allí olvidada,
maltratándose y con la amenaza de
desaparecer irremediablemente. Cuántos documentos originales y valiosos, como
los del propio Benito Juárez, el gran defensor de la patria, estaban a punto de
perderse.
Sintió
coraje, rabia e impotencia. En medio de aquel extraordinario mar de papeles
cayó de rodillas y lloró inconsolablemente, largo rato.
En
medio de su tristeza se dio cuenta de que éste era precisamente el trabajo que
se tenía que hacer y toda esa frustración que lo invadía se convirtió en un
renovado coraje para enfrentar el desafío de salvar el archivo hasta sus
últimas consecuencias.
Dice
Carlo Magno que ese día ha sido el más triste de su vida.
Del día más
triste al día más largo
Toda la noche de ese día Carlo Magno estuvo pensando en soluciones posibles para el problema del archivo y concluyó que la única persona que podría apoyarlo era el gobernador del estado o al menos por ahí debería de empezar.
Desde muy temprano llegó al Palacio de Gobierno y su nombramiento le facilitó el acceso a la oficina del gobernador.
Cuando
llegó el personal administrativo de la oficina de la gubernatura se sorprendieron
de ver a un ciudadano haciendo fila para tratar de hablar con el gobernador.
Con pena le dijeron que el gobernador no atiende así, que tiene que solicitar
una audiencia y dejar sus datos personales y que posteriormente lo contactarían
por teléfono.
Pero
Carlo Magno exhibió su nombramiento como Director del Archivo y les explicó que
la historia documental de Oaxaca corría un grave peligro por lo que era urgente
concertar con el gobernador el rescate del archivo. El personal de la oficina
del gobernador lo miraron con cierta compasión. Una secretaria murmuró con un
gesto de resignación: “en Oaxaca todo urge”. Así que él decidió esperar allí.
Desde
la banca que está afuera de la antesala de la gubernatura en el Palacio de
Gobierno, se aprecia un mural sobre la historia de Oaxaca en el que destaca de
manera visible el rostro de Juárez.
Carlo
Magno contemplaba el mural y le parecía adivinar que las evidencias
documentales de toda la historia que refleja ese mural, estaban registradas en
los olvidados papeles que probablemente a esa hora mordisqueaban los ratones en
el almacén del Archivo.
Eso
estaba pensando cuando un tumulto subió por las escaleras principales. Al
centro iba el gobernador a paso veloz mientras un séquito de asistentes,
guaruras, ayudantes y funcionarios trataban de ganarle el paso.
Carlo
Magno se le plantó enfrente, pero fue arrollado por el grupo de personas que
rodeaban al representante del Poder Ejecutivo, que lo hicieron a un lado como
un objeto. Carlo Magno, levantando los papeles que llevaba consigo le gritó:
“¡Señor gobernador, señor gobernador, soy Carlo Magno, el director del Archivo,
tengo algo muy urgente que plantearle!”
El
gobernador miró de soslayo los viejos documentos que exhibía Carlo Magno y
siguió su rápido paso sin detenerse. Uno de sus ayudantes, con papel y lápiz en
mano, arrinconó a Carlo Magno contra la pared y le espetó: “¿Qué se le ofrece?”
–Soy
Carlo Magno Ochoa… Director del Archivo General del Poder Ejecutivo.
-¿Tiene
cita con el gobernador?
“No,
pero es algo urgente.” A Carlo Magno la lengua se le enredaba por todo el
tropel de palabras que quería decir, la actitud de los trabajadores, el valor
de los documentos que se destruían a cada segundo, este era un asunto de la
máxima urgencia y era deber del gobernador darle la mayor prioridad, pero no
dijo nada y respiró profundo.
-Mire--le
dijo su interlocutor—el gobernador tiene una agenda muy apretada, hoy va a
estar todo el día aquí en la oficina, pero no lo podrá atender porque usted no
tiene cita previa. Proporcióneme sus datos y el asunto y nosotros lo
canalizamos con algún funcionario para que lo atiendan.
-Ya
dejé mis datos en su oficina, pero este asunto sólo lo puede decidir el
gobernador y realmente es urgente, créame, es un asunto muy importante y
prioritario que tiene que atender el gobernador, se trata de la destrucción del
acervo histórico del Poder Ejecutivo, documentos de la Colonia, papeles
firmados por Benito Juárez, se están echando a perder, tenemos que hacer algo,
el gobernador tiene que hacer algo...
El
ayudante asintió con la cabeza y le recomendó que esperara allí para ver si el
gobernador lo podría atender en un espacio que tuviera, pero no le prometía
nada y le reiteró su ofrecimiento de canalizarlo con algún secretario del
gabinete. No era la primera vez que un funcionario menor quería hablar con el
gobernador. Los hacían esperar y después de aburrirse un rato, por su propio
pie abandonaban el palacio de gobierno.
Mientras
esperaba se dio cuenta de la enorme cantidad de empresarios, políticos,
funcionarios y particulares que iban a ver al gobernador. En realidad estaba
muy ocupado. Pasó el medio día y Carlo Magno no se despegó ni para ir a
desayunar. Luego vino la hora de la comida y entró la tarde y la noche y él
seguía allí en estoica espera con hambre y cansancio, pero determinó que si no
resolvía este asunto renunciaría al Archivo. Además, el tiempo de espera le
sirvió para ensayar miles de veces las palabras que le diría al gobernador,
reduciéndolas cada vez a lo esencial.
A
las once de la noche, el gobernador, visiblemente cansado, salió de sus
oficinas y miró con curiosidad al hombre que buscaba su atención. Uno de sus
ayudantes le dijo “es él”. El gobernador hizo una mueca de resignación y
extendiéndole la mano lo saludó: “¿Qué pasó Carlo Magno, cómo está usted?”
-Señor
gobernador, me da mucha pena quitarle unos minutos, pero lo que tengo que
decirle realmente es algo muy importante.
El
gobernador dio un largo bostezo, se restregó el rostro con las palmas de sus
manos y lo invitó a pasar a la Sala de Gobernadores, donde se sentó exactamente
detrás de un retrato de Benito Juárez, que miraba directamente a Carlo Magno.
Exhibiendo
los documentos sobre la enorme mesa de fina madera el director del archivo le
explicó que había unas seis toneladas de documentos históricos como esos,
echándose a perder en el Archivo General, por lo que era necesario rescatarlos
desde las más altas esferas del poder.
Gabino
Cué lo escuchó con atención, observó los documentos y le dijo: “-No hay dinero,
pero gestiona. Haz todas las gestiones
que sean necesarias, cuentas con mi apoyo”.
Y
prácticamente en un minuto se resolvió una espera de más de doce horas.
Se
despidieron y Carlo Magno sintió que salió como entró, con la misma incertidumbre,
pero la diferencia era que ahora tenía una luz de esperanza pues contaba con la
anuencia del propio gobernador y esa sería su carta principal para salvar al
archivo.
Debut y
despedida o bueno, casi.
La
mañana siguiente el director del Archivo llegó más temprano que de costumbre,
lo acompañaba una secretaria que contrató, pues si no tenía un aliado, por lo
menos contaba con alguien que sí lo apoyaría.
Convocó
a una reunión de trabajadores y les exhibió los documentos que encontró al azar
durante su visita al archivo histórico. Los exhortó para que iniciaran el
rescate de ese acervo y se comprometió para trabajar hombro con hombro, en la
medida de sus posibilidades para iniciar a la brevedad ese rescate. Incluso les
comentó que el propio gobernador se comprometió a apoyarlo.
Le
contestó la misma delegada de la primera vez, le dijo que si esos documentos
estaban así no era por culpa de los trabajadores porque nunca se les ha apoyado
con insumos de protección y recursos necesarios para su rescate, que ese
trabajo representa un trabajo adicional al de sus contratos laborales y que al
menos el sindicato, no iba a arriesgar a los trabajadores dejándolo que
ingresaran a un edificio en ruinas que se podría caer en cualquier momento.
Una
severa sentencia cerró la intervención de la delegada, lo que le valió los
aplausos de los trabajadores: “Todo este caos que usted ve, no lo hemos
generado nosotros los trabajadores, sino los gobiernos y los directores del
Archivo que han venido, con su negligencia, con su indiferencia porque nunca se
han comprometido seriamente y no creo que usted haga realmente algo por el
Archivo, porque si usted lo hace, créame, ese día yo me muero”.
Carlo
Magno se decidió a poner el ejemplo y conjuntamente con su secretaria empezó a
trabajar en el almacén, con tan mala suerte, que se desprendió una tabla de un
viejo archivero y con el peso de las cajas y los paquetes de documentos, le
cayó en el antebrazo a él y al rebotar en el piso, le lastimó el pie a su
secretaria.
Esa
fue la gota que derramó el vaso en su relación con el sindicato, ya que todos
se enteraron del accidente y al día siguiente Carlo Magno Ochoa Arellano, el
Director del Archivo General del Poder Ejecutivo fue emplazado a abandonar el
Archivo por el sindicato de trabajadores de todo el estado.
Un
total de 700 empleados solidarios con sus compañeros del archivo central,
habían determinado que no era posible que el director les exigiera el trabajo
de rescate del archivo, pues él mismo había puesto en riesgo su integridad por
su terca determinación de meterse en la peligrosa bodega.
Los
cinco delegados de los archivos de todo el Estado le dieron una encerrona en su
oficina a Carlo Magno que, resignado, les dijo, “está bien, no voy a continuar
con mi idea de salvar el archivo, pero siendo inevitable que me tenga que ir,
me gustaría despedirme de los compañeros” y como si se tratara de su última
voluntad le permitieron encarar a los 700 trabajadores que, apostados en el
patio central mostraban su poderosa fuerza sindical:
“Compañeras
y compañeros del Archivo. Para mí ha sido muy grato haber trabajado unos días
con ustedes. Es inevitable que al tomar ustedes el archivo, yo me tenga que ir
y me voy porque de todos modos, cuando se enteren allá arriba que me tomaron el
archivo, me van a despedir.
“Asumo
mi responsabilidad de querer hacer lo que nadie ha hecho por este archivo,
asumo la responsabilidad de haber creído que aquí había gente comprometida con
Oaxaca y su historia, porque ustedes, como trabajadores de este lugar, tienen
la más alta misión de salvaguardar y proteger la memoria histórica de su
Estado, y sin embargo, ustedes están renunciando a esa responsabilidad.
“Tanto
a mí como a ustedes, el gobierno nos paga para hacer nuestro trabajo y gracias
a este trabajo ustedes son capaces de llevar una bolsa de pan a sus hogares y
disfrutarlo con sus seres queridos.
“Tal
vez la última bolsa de pan que yo lleve hoy a mi hogar por este trabajo, la voy
a disfrutar porque al menos, intenté ganármela con dignidad, con
responsabilidad y tratando de hacer bien mi trabajo. En cambio, muchos de
ustedes, también llegarán a su hogar con su bolsa de pan, pero a diferencia de
mí, ustedes cargarán con el remordimiento de no hacer bien su trabajo, de haber
contribuido a perder la mayor riqueza documental de la historia de Oaxaca y por
este motivo, sus hijos y sus hijas jamás podrán conocer los documentos de este
acervo maravilloso.
“Y
ni los oaxaqueños del futuro podrán conocerlo porque ustedes lo dejarán perder
y pasado el tiempo en que todos esos documentos se vayan a la basura, yo tendré
la enorme satisfacción de haber intentado salvarlos y ustedes, cargarán con el
remordimiento y la pena de haberlos dejado perder.
“Entonces,
sus hijas y sus hijos que un día necesiten y busquen un recuerdo histórico de
los que están en este archivo, no lo encontrarán y sabrán que ustedes
trabajaron aquí y que ustedes los dejaron perder y entonces los juzgarán por su
negligencia. Adiós amigos, fue muy grato tratar de trabajar con ustedes.”
Carlo
Magno se dirigió a la salida, pero un grupo de trabajadores le dijeron: “Creo
que debería de darnos la oportunidad de platicar unos minutos entre nosotros.
Regrese a su oficina y en seguida tomamos una decisión.”
Regresó
a su despacho, se encerró y contempló el rostro de Juárez, se imaginó que el
Benemérito debió haber pasado muchos obstáculos y momentos difíciles como
éstos, incluso poniendo en riesgo su vida y a pesar de eso fue capaz de vencer
y defender a la República. Se imaginó otro encuentro con el gobernador, tal vez
lo regañaría por no poder operar el rescate de los archivos y muy probablemente
no le ofrecerían otro empleo. Pero lo que más le dolía, sin duda, era eso, no
poder hacer nada por salvar los archivos.
Eso
le generó vergüenza y hasta le dieron ganas de llorar, cuando tocaron a la
puerta de su despacho: “Ya puede salir, queremos hablar con usted”.
“Señor
director, nosotros los que integramos la base trabajadora del Archivo, hemos
convenido en primer lugar, que no apoyamos a nuestros dirigentes sindicales y
su postura de no involucrarse en el rescate del archivo.
“Creemos,
como usted, que somos precisamente nosotros los responsables de salvaguardar
parte de la memoria histórica de nuestro estado y tenemos la capacidad y la
convicción para hacerlo.
“Cada
nuevo director que llega a esta institución, ha sido advertido del alcance
histórico y de la urgencia de salvar esa memoria documental, pero nadie nos ha
hecho caso, pues siempre nos dicen que revisarán el asunto y así se pasa el
tiempo sin resolver nada, porque ellos están de paso y nosotros nos quedamos
aquí.
“Esta
es nuestra segunda casa, aquí pasamos la mitad de nuestras vidas, amamos
nuestro trabajo, vivimos de esto y queremos contribuir con nuestro esfuerzo
para recuperar esa memoria histórica, por eso, en segundo lugar, hemos
determinado que usted, que es una persona convencida de la importancia de
rescatar el archivo, no se vaya, queremos que se quede aquí y que nos ayude a
gestionar ese rescate, sin demagogias y con el compromiso determinante de que
nos apoyará realmente para no dejarnos solos y así poder concluir esta gran
obra.”
Una
nutrida salva de aplausos invadió el viejo edificio.
Carlo
Magno estaba francamente emocionado y les contestó, “pues si ustedes están
dispuestos a trabajar hombro con hombro conmigo, yo los invito a desayunar
mañana a todos ustedes.”
Otra
ráfaga de aplausos invadió el lugar y de pronto una llamada sonó por el celular
de Carlo Magno, aún sin ver el número pudo identificar sin temor a equivocarse
la voz del secretario de administración, su jefe, que le dijo: “Me enteré que
te tomaron el Archivo?” –No señor—contestó-- por el contrario, estoy
organizando un desayuno para mañana temprano para los 700 trabajadores del
archivo de todo el estado. El secretario le contestó: “Pues tú que me sacas a
los trabajadores de su oficina en horas de trabajo y yo te corro. No te permito
que interrumpas las actividades laborales” y en seguida colgó con fuerza.
Carlo
Magno explicó brevemente la situación a los trabajadores y que por ese motivo
se suspendería el desayuno, pero los sindicalizados le dijeron “Ahora nos
cumple con el desayuno y si el secretario de administración lo quiere correr,
primerito lo vamos a correr a él”.
Más
aplausos y gritos de júbilo.
Esa
fue la primera gestión que logró Carlo Magno con los empleados del Archivo,
sellada con un desayuno que marcó una nueva relación entre los trabajadores y
el director y que fijó el compromiso conjunto para iniciar una de las más
grandes obras de rescate de los archivos públicos.
Hazaña de
héroes
Los
trabajadores sindicalizados trabajaron, incluso, fuera de sus horarios laborales
y dieron un gran ejemplo de compromiso y voluntad para lograr el rescate de los
archivos. La gran mayoría de ellos trabajaron domingos y días festivos, para
recuperar, sanear y ordenar valiosos documentos para la historia local y
nacional. Carlo Magno asegura que los verdaderos héroes de esta gran hazaña
fueron las y los trabajadores del Archivo que con su entusiasmo y compromiso
reivindicaron su papel de guardianes de la memoria histórica de Oaxaca.
Cuestionado
sobre la trabajadora que aseguró que se moriría si Carlo Magno lograba hacer
algo por los archivos, Carlo Magno afirma risueño que ese es su único pendiente.
Las
demás gestiones que hizo Carlo Magno se tradujeron en una gran concertación de
acciones entre el gobierno federal y estatal y con los sectores social y
privado para el rescate de los archivos de Oaxaca.
Destacan entre esas acciones, el haber conseguido la anuencia y el apoyo del Secretario de Gobernación Miguel Angel Osorio Chong y del empresario Alfredo Harp, que fungieron como ejes para concertar mayores apoyos que dieron vida a la Ciudad de los Archivos.
Destacan entre esas acciones, el haber conseguido la anuencia y el apoyo del Secretario de Gobernación Miguel Angel Osorio Chong y del empresario Alfredo Harp, que fungieron como ejes para concertar mayores apoyos que dieron vida a la Ciudad de los Archivos.
Carlo
Magno sabe ahora que en cualquier lugar público y privado, la imagen de Juárez
tiene una gran fuerza inspiradora, ya que en los peores momentos de esta gran
hazaña, por una u otra razón, el Benemérito siempre se le aparecía para
alentarlo a continuar con su trabajo.
Durante
una ceremonia por la inauguración de la nueva sede de los archivos, una
distinguida dama comentó en público que estaba muy orgullosa que oaxaqueños
como Carlo Magno hicieran algo por Oaxaca, Carlo Magno sonrió agradecido y
aclaró que él no era oaxaqueño, sino chiapaneco.
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