Está documentado.
Narra el
historiador oaxaqueño Manuel Martínez Gracida* que en 1828 el señor Pedro José
de la Vega dejó un legado de casi 90 mil pesos para que se construyera un
Hospicio de Pobres, dejando como patrono de la fundación al que ocupara el
Obispado de Oaxaca.
El
recurso fue administrado por el Cabildo Eclesiástico y de los réditos se
hicieron unas cuantas donaciones y limosnas.
Pasaron
16 años sin que se construyera el Hospicio.
En 1844
fue nombrado como Obispo de Oaxaca Antonio Mantecón y en consecuencia le tocó
administrar a él esta herencia, conjuntamente con el Cabildo Eclesiástico.
Pasaron
otros cinco años y el dinero seguía utilizado para otros fines, menos para los
que había sido donado, lo que generaba malestar en la sociedad de la época.
Corría
el año de 1849 y Benito Juárez gobernaba el estado de Oaxaca.
Aunque
Juárez había instruido al ayuntamiento para que invirtiera en el Hospital de
Belén, dadas las constantes revoluciones de la época, la población le
recriminaba al Gobierno su falta de inactividad en relación con el legado del
señor de la Vega, que vendría a aliviar un poco la demanda de los servicios de
salud.
Juárez
comisionó entonces a su Secretario de Gobierno, Manuel Ruiz, para que buscara
al Obispo Mantecón y le planteara la posibilidad de concretar la construcción
del Hospicio con auxilio del Gobierno del Estado.
El
Obispo lo escuchó y le contestó que le dijera al Gobernador que no se metiera en
este asunto. El Secretario de Gobierno le hizo ver que la obra no sólo era un
pendiente, sino que también había presión social para que se construyera y que además
se demeritaba la imagen de la iglesia. Entonces el Obispo le dio cita para otra
ocasión.
Manuel
Ruiz se presentó puntualmente a la cita, pero el Obispo no lo recibió; insistió
un par de días más y el Obispo seguía sin atenderlo, por lo que le dejó dicho
que regresaría al día siguiente ya que no se trataba de un motivo personal sino
de un asunto de la gubernatura.
Esa
referencia encolerizó al Obispo de Oaxaca, por lo que atendió al representante
del gobernador al día siguiente.
El
Secretario de Gobierno llegó acompañado del regidor Juan Nepomuceno Almogabar y
del síndico municipal Manuel Dublán y encarándolos el Obispo les espetó a
quemarropa : “Recibí un recado de usted poco comedido y precisamente él me
obliga a contestarlo, manifestándole que no reconozco en el yopito que gobierna
Oaxaca, autoridad superior a la mía, y como consecuencia, no puedo ni debo
tratar con él ni con su representante, el asunto que nos entrevista”.
El
Secretario de Gobierno le replicó: “El que ha estado poco comedido con el
representante del Gobierno oaxaqueño es usted que ha dado muestras del poco
respeto que le tiene” y se retiró.
Enterado
Juárez de la actitud del Obispo le mandó una carta con el siguiente texto:
“Comprendo
bien, padre Obispo, que la fundación del Hospicio no se llevará a efecto porque
el clero no soltará de sus manos los fondos que dejó el benefactor; pero sepa
usted que si hoy aprovecha la preocupación religiosa, que le da superioridad,
llegará un día en que esa ficticia superioridad de que hace usted alarde para
despreciar al Gobierno, quede para siempre bajo la férula del Poder Civil que
es como debe estar. Dios dé vida a usted para que lo vea, y a mí para que se lo
haga notar”.
Vendrían
posteriormente las Leyes de Reforma, pero el Obispo rebelde no las pudo ver
porque murió unos años antes, en 1852.
*Fuente: Citado en Benito Juárez, Documentos, Discursos, Correspondencia. Tomo I, pp. 685-688
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