martes, 24 de diciembre de 2013

Los impuestos ocultos de los malos gobiernos

No está obligado a pagarlos.

Pero en la mayoría de los casos, termina pagándolos sin darse cuenta.

Los impuestos ocultos del gobierno son diversos gastos que el ciudadano común tiene que pagar, sin estar estrictamente obligado a hacerlo y que, en la mayoría de los casos, representan gastos adicionales para cubrir deficiencias por la mala calidad de los servicios públicos, o por la mala administración pública.

Son impuestos ocultos porque no ingresan a la tesorería para que de ahí se redistribuyan, sino que el ciudadano los paga directamente, suplantando involuntariamente al fisco y al gobierno.

Un ejemplo muy claro es, por ponerle un nombre, el impuesto para coadyuvar al alivio de la pobreza, mediante el subsidio de la limosna.

Va usted por la calle y una persona con evidente estado de necesidad o pobreza extrema le solicita que le done una moneda. Usted no está obligado a apoyarla, pero las condiciones materiales que ve le motivan un comportamiento ético y solidario por el que desembolsa un par de monedas.

Al igual que usted, cientos o tal vez miles de personas a la semana tendrán un comportamiento similar con diversos solicitantes en esa situación, lo que equivaldría a una enorme suma de dinero anualmente, a la manera del pago de un impuesto para apoyar a quienes sufren de pobreza extrema.

Sin discutir sobre la crisis del Estado de Bienestar y el paradigma neoliberal del “rásquese como pueda”, yo creo que evitar la pobreza de la población debiera ser una de las primeras responsabilidades del gobierno, pero como éste no puede por omisión o por comisión, usted como ciudadano común contribuye con un impuesto oculto, por lo menos para aliviarla.

Otro caso, en su comunidad el servicio de alumbrado público es deficiente, por lo que usted se ve en la necesidad de alumbrar la vía pública con un foco afuera de su casa. No obstante que existen postes de alumbrado público, la distancia o la calidad en el servicio es deficiente o falla con frecuencia, por lo que usted determina encender todas las noches el foco que alumbra la calle.

Este servicio se lo cobra regularmente la Comisión Federal de Electricidad como DAP, “Derecho de Alumbrado Público”, pero hay casos donde el servicio es deficiente.

Al poner usted su propio foco fuera de su casa, más allá de las razones estéticas y ante la necesidad de alumbrar la calle por la inseguridad prevaleciente, el consumo de energía eléctrica se incrementa, lo cual es un gasto adicional derivado de la mala calidad en el servicio público de alumbrado y que usted está financiando, a la manera de un impuesto oculto.

En el mismo sentido, ¿la inseguridad le ha obligado a realizar gastos adicionales o pérdida de tiempo? Digamos que usted tenga que asegurar sus ventanas, comprar candados, instalar cámaras de seguridad o contratar un vigilante: exactamente está usted pagando un impuesto oculto por la mala calidad del servicio público.

Otro ejemplo, aunque la dotación del servicio de agua potable es una obligación del municipio o del gobierno de su ciudad, usted se ve en la necesidad de comprar agua embotellada y purificada, porque la que le suministra el gobierno es deficiente en su calidad y poco apta para consumo humano.

Esa obligación constitucional que tiene el gobierno de brindarle agua potable para consumo humano, simplemente no se satisface, por lo que usted está financiando un impuesto adicional, para obtener un líquido de mejor calidad que le debiera brindar el gobierno.

Tratándose de empleados de gobierno ¿recibe usted su sueldo o salario vía nómina bancaria? ¿Qué ocurre cuando en una urgencia usted se ve en la necesidad de retirar dinero de un cajero automático que no pertenece al del banco en el que recibe usted su pago? Tiene que pagar por el servicio a la manera de un impuesto adicional para acceder a su propio dinero, por la prestación de un intermediario que se lo facilita a través de una comisión. Si usted ha devengado su salario, no tiene por qué pagar para tener acceso a éste.

Los impuestos ocultos del gobierno no sólo son en efectivo, en muchos casos también son en especie o intangibles.

Supongamos que usted perdió tiempo o dinero en algún trámite burocrático porque no se lo resuelven con rapidez o por causas ajenas a los procesos administrativos, pero atribuibles a los servidores públicos. Ese retardo con los perjuicios que pudieran significarle representan impuestos ocultos que usted está pagando y que, evidentemente, no podrá cobrar o hacer que se los regresen.

Su hijo perdió el empleo y junto con su nuera usted les da asilo temporal y contribuye al gasto de ellos, pues esa ayuda familiar representa un impuesto similar al apoyo al desempleo.

Por causa de la política económica del Estado, cuando un conocido o un familiar le pide prestado dinero porque ya está en el límite y no puede obtener créditos de las instituciones formales o porque los intereses bancarios son excesivos y los mecanismos de cobro son muy agresivos , usted le puede prestar o no, sin embargo, el hecho de prestar el dinero le significa que dejará usted de utilizarlo para alguna emergencia o para sus gastos ordinarios, viéndose en la necesidad, incluso, de pedir prestado, lo cual le ocasionó ya un perjuicio. Ese es un impuesto oculto derivado de la mala administración de la economía del Estado., 

Cuando una mala decisión gubernativa  genera pérdidas al erario, no dude usted que los costos, a fin de cuentas se trasladan al ciudadano común, como sucedió con la venta de algunos bancos del estado a la iniciativa privada que no pagaron impuestos y como sucede con el Fobaproa.

Sin duda, la mayor carga de impuestos ocultos a la ciudadanía la generan los gobiernos corruptos. 

Al igual que estos ejemplos mencionados, la realidad nos demuestra que hay una infinidad de resquicios por los que el ciudadano paga de manera informal los impuestos ocultos, sin darse cuenta de que con sus aportaciones, le está ayudando a hacer su tarea a los malos gobiernos.

martes, 3 de diciembre de 2013

Cuatro formas en que las iglesias podrían salvar a la sociedad

Es un oportunidad.

Las sociedades contemporáneas enfrentan hoy en día, en mayor o menor medida, una crisis de valores profunda.

Una muestra de esto es el crimen.

En países como México, los hechos de sangre, en periodo de paz, nunca habían registrado un crecimiento excesivo como en los años recientes.

Si bien es cierto que el crimen no tiene ética, por su propia naturaleza antisocial, el hecho de que se asesine a niños, jóvenes y mujeres de manera indiscriminada evidencia que el crimen ha escalado al estadio máximo de su sobrevivencia: matar o morir.

Este impulso homicida, que es multicausal, también se explica por la existencia de una severa crisis de valores.

La pregunta clave es plantear si las religiones pueden contribuir a disminuir el crimen mediante la ética religiosa.

Un primer punto de análisis es que las iglesias defienden por sí mismas diversos dogmas que, incluso, entre ellas mismas, enfrentan conflictos.

Omitiendo este asunto del conflicto interreligioso, rescatemos la deontología particular de los diversos credos religiosos, al menos de las iglesias basadas en el Cristianismo. De modo que, independientemente de las perspectivas de sus credos, se pueda destacar la misión final que cada una de éstos tiene.

Partimos de la idea de que las religiones basadas en el cristianismo persiguen un fin ético individual y social. Y que éste conjuga una serie de principios morales que se fomentan y se promueven en la vida cotidiana y que son de elevado respeto por la vida, la dignidad, el trabajo, la solidaridad, la honestidad y en general, del bien.

Bajo estos principios, las religiones representan un activo extraordinario para contribuir a sanear la sociedad y prevenir conductas antisociales desde el seno familiar a través de la fe.

De manera más práctica, ¿de qué manera pueden contribuir las religiones a la restauración de la armonía social?

1. Robustecer sus iglesias. En primer lugar se trata de que las religiones cierren filas, es decir, que fortalezcan la identidad religiosa entre sus fieles y se reagrupen como asociaciones con características y fines propios, de acuerdo con sus credos y prácticas de fe, enfatizando de manera particular los valores y virtudes a partir de la fe. Tendrían que darle prioridad a la reconstrucción del hombre nuevo.

2. Hacer un pacto de no rivalidad. Más allá del ecumenismo, a las iglesias de las distintas religiones les debe quedar claro que no se pueden agredir entre éstas, por lo que se tendrán qué revisar los métodos de proselitismo religioso y evitar prácticas de conversión que representen disputas y enfrentamientos.

3. Crear cooperativas financieras respaldadas por las religiones. Aunque se escucha como una incongruencia--dado que los fines de la fe, no son los fines del dinero--, las asociaciones religiosas pueden
contribuir al apoyo y saneamiento financiero de sus feligreses, a través de cajas de ahorro o cooperativas, que manejen bajos intereses, ya que no inspira a las religiones el espíritu de lucro.

4. La religión y la productividad laboral. La infraestructura de las iglesias debe contribuir al desarrollo y la productividad del ciudadano y de la sociedad a través de la creación de talleres, la impartición de artes y oficios socialmente útiles que cubran el vacío que genera el estado neoliberal.

A fin de cuentas lo que desea el hombre normal es vivir en paz y en armonía social. Si el Estado laico tiene muchas limitaciones estructurales para apoyar el desarrollo de las personas y de la sociedad, las religiones representan una oportunidad maravillosa para consolidar su función ética y de paso contribuir de manera más determinante para prevenir una sociedad sin brújula por carecer de principios y valores.

Bueno, eso creo.